miércoles, 30 de noviembre de 2011

Envidia (y de la mala)

Tengo envidia (y de la mala) del césped de mis vecinos. Es perfecto. Parece una alfombra, un ejemplo de bienestar emocional. Tiene carácter y es tan verde somo una sopa de espinaca triturada. Debo admitirlo: me molesta. Tan es así que ayer opiné lo siguiente:

-Son unos grasas, estos. Usan fertilizante, riegan cinco veces por día. Con veneno para la tierra y miles de litros de agua potable cualquiera tiene un césped así. Les importa un pito el medio ambiente, manga de forros. Encima se dan el lujo de contratar un jardinero. ¿Quién se creen que son?

Pero ya pasó. Hoy me siento libre, transparente y sincera; creo que hasta huelo a vainilla. Todo por admitir que tengo celos. Más aún, por confesar que yo también quiero un césped bonito, húmedo y apto a vuelta carnero. Entonces, ¿qué hago? Eso mismo me pregunté esta mañana, así que agarré el auto, estacioné en el vivero y compré dos kilos de fertilizante.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Asociación libre

Antes de casarnos, Esteban y yo hicimos el curso prematrimonial, una serie de encuentros semanales entre diez parejas en los que se hablaba sobre la importancia de la familia. Fue ahí donde conocí a Gerardo y Marisa, ya casados y padres de tres hijos, quienes llegaron al final en calidad de oradores.

-Los métodos anticonceptivos no son aceptables para quienes deciden casarse por la Iglesias Católica -empezó él. Tenía unos 30 años y era alto, rubio y fornido. Ella estaba embarazada y sonreía con pocos dientes en forma constante.

Las diez parejas quedamos tiesas. En el encuentro anterior habíamos confesado que todas (repito: todas) convivíamos. Que ninguna tenía hijos, lo que llevaba a la conclusión de que hacíamos la cochinada con más o menos con frecuencia y, a juzgar por los resultados, con métodos anticonceptivos.

Entonces hice una asociación libre. Se me pudrió el cerebro. A favor o en contra, lo que había dicho Gerardo era coherente con la doctrina de la Iglesia, pero yo me lo imaginé junto a Marisa haciendo la porquería dentro y fuera de su casa, adelante de sus vecinos, a toda hora y a todo motor, salvajes y dignos de un documental de Discovery Channel sobre época de apareamiendo. Sin ningún motivo, asocié la anticoncepción con una porno. Chicha y limonada. Cualquiera, bah.

El curso prematrimonial continuó sin que ninguno de los presentes confesara cuán asidua e histórica era su actividad sexual: todos, sin excepción, mantuvimos una inexpungable cara de zota. Finalmente, Gerardo y Marisa se retiraron de la sala. Yo quedé convencida de que al llegar a la vereda se desnudaron y pegaron como perros.

Y quién dice. A lo mejor lo hicieron. Porque casi tres años más tarde, ayer me los crucé en el jardín de mi hija. El manejaba una rural; ella iba embarazada, con no menos de seis chicos apilados en la parte de atrás del auto.

Una vez más y sin explicación, se me pudrió el cerebro.