martes, 14 de diciembre de 2010

Maldad

Que recuerde, no había hecho una maldad deliberada desde que a mediados de los 90 me robé de un kiosco una revista con Brad Pitt en la tapa.

La semana pasada reincidí. Era feriado, 8 de diciembre, día en que la gente se dedica con parsimonia a colgar pelotas de un material extraño, brillante, sobre un símil de pino de plástico más o menos voluminoso. A mí, en cambio, me tocaba trabajar. Como una burra, me tocaba trabajar.

Cerca de las 2 de la tarde, agotada, sin haber dormido en toda la noche y con el celular pegado a la oreja desde la madrugada, decidí recostarme un rato junto a mi redonda hija, Antonia, que ya cumplió diez meses, y Esteban. Nos acompañaba la aspiradora de la vecina con medianera lindante. Y la batería eléctrica de jueguete de su hijo. Más el equipo de música del padre con José Luis Perales quien, constipado y a todo volumen, gritaba Y como es él y en que lugar se enamoro de ti; de donde es; a que dedíca el tiempo libre; preguntalé; porque ha robado un trozo de mi vida; es un ladron; que me ha robado todo.

Esteban y yo nos levantamos y con la cara hinchada, parados uno enfrente del otro, nos miramos a los ojos.

-Se terminó –dijo él.
-Sí. Dale. Ahora sí.

Esteban abrió la puerta de entrada, cogoteó hacia la ventana de los vecinos para corroborar que no miraban y estiró la mano hacia su pilar de energía eléctrica. Asesorado e impulsado por quien suscribe, los dejó sin luz.

Por dos horas, hasta que la siesta me devolvió algo de piedad, no hubo aspiradora ni batería ni José Luis Perales preguntando boludeces.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Medicina privada


-Qué bárbaro, este Francella.

El televisor de la sala de espera pasaba Casados con hijos y Mariel soltó el comentario. Edgardo acató con una sonrisa y relojeó su Blackberry. Mariel y Edgardo eran perfectos desconocidos y esperaban en el consultorio de un médico al que ambos iban más o menos seguido. Estaban en una cita a ciegas. Unos días antes, al doctor se le había ocurrido que dos de sus pacientes cuajaban, así que les habló a uno del otro, les dio turnos seguidos y los hizo esperar. Los hizo esperar mucho.

-¡Jjajaja! –se reía Mariel, atenta a su circunstancia.
-No puedo creerlo –arrancó Edgardo.
-Es raro, sí.
-Pero bueno, hay que hacerse cargo. ¿Te puedo llamar?

Un par de días después la llamó y la invitó a salir. Fueron a un bar. Y después a otro. Charlaron cómodos, la pasaron bien. A las 5.30 estaban estacionados frente al departamento de ella.

-¿Vamos a otro lado? –preguntó él.
-¿A esta hora? No creo que haya muchos lugares abiertos.

Edgardo pasó y besó. E hicieron la cochinada, sí.

El otro día cené con Mariel y otras amigas en un restaurante. Esperábamos la entrada cuando a ella le sonó el teléfono. Era Edgardo. Hablaron muy amablemente: que cómo te fue, que qué bárbaro este médico, que qué bien la pasamos, que te llamo en estos días. Mariel estaba colorada y se hiperventilaba con las manos. Como toda amiga de bien, contó detalles de la charla en la sala de espera, del aspecto y forma de ser de Edgardo. Y terminó:

-Recién por teléfono dijo “tenía ganas de escucharte”. Un poco fuerte, ¿no?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Imperdonables

Comprarse una remera negra Adidas original y mancharla con lavandina el mismo día del estreno.


***

Manejar con el marido en el asiento del acompañante y, por temor al equívoco, romper espejos y estacionar para el ort%&$%.

***

Dejar escapar sin chequear una falta de ortografía.

***

Decirle al gerente de la empresa donda trabajás:
-Yo pertenezco a la generación que cuando se harta de una condición no espera demasiado. Si ve que la cosa no cambia, busca otra cosa y se va. A esa generación pertenezco.

***

Hacer una escena de celos por Internet, vía blog.

***

Acariciar en la cabeza al vecinito de tres años que grita, grita y grita como un sindicalista reclamando paritarias.

***

Atender a un vendedor ambulante desconocido en la puerta de la casa y mantener el siguiente diálogo:
-Buen día, señora. Tengo estos repasadores para ofrecerle.
-¿A ver?
-Ayer pasé a la mañana y no había nadie.
-Ah noooo... ¿Sabe qué pasa? Que a la mañana es imposible. Hasta las cinco, más o menos, acá no hay nadie.

***

Dejar a la bebita de ocho meses sola arriba de la cama grande y que se caiga de cabeza al suelo.

***

Tener 15 años y decirle a tu mamá:
-Vos no sabés nada de la vida.

***

Gastar 80 pesos en dos chupetes de origen inglés.

***

No invitar a Marito al casamiento por temor al enojo del resto del equipo.

***

Decirle a alguien que durante un tiempo te cagó la vida:
-Me cagaste la vida.

***

Tener un blog y no atender amablemente los comentarios.

viernes, 1 de octubre de 2010

La cajita de los recuerdos


Por equivocación, hoy a la mañana Esteban se llevó la llave de mi auto, así que lo llamé por teléfono.

-Llego tarde a la oficina, decime dónde está la copia de la llave.
-Fijate en el placar, entre los zapatos hay una caja.
-A ver, bancá. No cortes que me fijo.

Ahí estaba. La cajita de los recuerdos de mi marido. Una caja de zapatos vieja con todo tipo de chucherías de sus ex novias, incluyendo fotos de él con otras chicas a upa. Regalitos, cartas y no sé cuántas pavadas más porque no me quise detener a mirar.

-¿Encontraste la llave? –preguntaba Esteban, desesperado porque sabía lo que ocurría.
-No, acá no hay nada. Chau.

Tomé un taxi, pagué 20 pesos y llegué a la oficina. Mi marido, vía mail, era una cola de paja viviente. Estaba ahí mismo, en el Outlook. “Avisame si te llevo el auto o a qué hora lo necesitás”, decía.

-¿Cómo vas a hacer para darle de comer a Antonia al mediodía? –siguió.
-No te preocupes. Le digo a la niñera que se fije en tu cajita de los recuerdos. A lo mejor aparece una mamadera.
-Si no decile que busque la llave directamente. Capaz que si no chusmea entre el cachivache la encuentra.

Pensaba prepararle a Esteban un tiramisú para mañana, que es sábado. Pero no. Mejor no. Que se arregle con alguna tarta de manzana de 2002. Seguro que tiene alguna porción por ahí guardada, embalsamada, de recuerdo, el muy nabo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Tipo de cambio


Tenía tanto laburo... Se me ocurrió pedirle ayuda a un tipo que trabaja cerca mío. Le mandé un mail: “Necesito colaboración en este asunto. ¿Por favor me darías una mano?”. Diez minutos después, el tipo entró a mi oficina, cerró la puerta y dijo:

-¿Vos tenés en claro cómo son las cosas acá?

Siempre que se me abre un frente de batalla cambio de color y temperatura. Lo usual: cara colorada, uñas azules, manos heladas.

-¿Vos sabés para quién trabajo yo? –siguió.
-Si te referís al mail que te mandé recién, era sólo un pedido de colaboración. No era para que lo tomaras así.
-Ah. No pareció. Más bien pareció que me decías lo que tenía que hacer. Acá hay distintos sectores y cada uno hace lo suyo. A lo mejor va a haber que explicártelo. Para que aprendas, digo.

Detesto el maltrato. Por lo general no estallo, pero internamente activo un fuerte operativo de pensamientos oscuros. Muy-oscuros.

Pienso en la madre del tipo y en el pulóver con parches en los codos que nunca se cambia. En su olor a toalla mojada. Pienso en los asados a los que nunca, jamás, nadie lo va a invitar. En la manera en que los años, los noticieros y la posible inactividad sexual lo volvió el tipo que es hoy. En cómo sucumbió a un puesto así después de tantos años. Me pregunto por qué su cara expresa una eterna constipación. Qué lo volvió tan irritable. Tan inseguro. De qué manera se relacionará con su papá. Cómo pasará un domingo. Me pregunto si tendrá quién le cocine un tallarín.

Pienso en todo eso y el tipo me da lástima.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La Marmota


Creo que ha llegado momento. Ya es suficiente. Es preciso hablar de La Marmota.

La Marmota tiene tres años y es exasperantemente rubia. Tiene la boca chiquita y los labios salidos para afuera. Los ojos negros. Ah, perdón, aclaro: La Marmota es masculino. Y es un nene, además.

-¡¡¡¡¡¡¡¡”Basta”, no!!!!!!!!

-¡¡¡¡¡Yo no soy bobo!!!!!!

-¡¡¡¡¡No quiero, no quiero!!!!

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡No quiero!!!!!!!!!!!!!!!!

Su lenguaje no excede esas cuatro frases. Así conversa con su madre y su padre. La primera, una ama de casa con cara de sufrida. El segundo, un muchacho que dice “Carajo” una vez cada tarde, tose como un tuberculoso y ronca como una máquina retroexcavadora.

Ella, él y La Marmota viven en el dúplex pegado al mío.

Al igual que casi todas las mañanas, hace algunos días amanecí con un “¡¡¡¡¡No quiero, no quiero!!!!”. Entonces agarré a upa a Antonia, que le sonreía hasta a un asesino serial, y toqué la puerta en la casa de La Marmota.

Frente a los tres expliqué que escuchaba todo, que entendía cuan difícil era criar un hijo, que el dúplex tenía un terrible defecto acústico y que por favor procuraran hablar más despacio hasta que yo consiguiera sacar un crédito, comprar otra casa e irme a la mismísima mierda de ahí. Esto último no lo dije, claro.

Los días pasaron y parecía que habían entendido la consigna. Pero anoche, mientras bañaba a Antonia, escuché el siguiente diálogo:

-Hijo, hijito, vamos a bañarte. Por favor, calmate. Basta.
-¡¡¡¡¡¡¡¡”Basta”, no!!!!!!!!
-No grites. Parecés un bobo, che. Qué van a decir los primos.
-¡¡¡¡¡Yo no soy bobo!!!!!!
-Vamos al baño.
-¡¡¡¡¡No quiero, no quiero!!!!
-Vamos al baño, hijito.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡No quiero!!!!!!!!!!!!!!!!

miércoles, 25 de agosto de 2010

Caramelos Sugus

1.
Es domingo. Silvana salió anoche a bailar y dio su primer beso. A los 15 años, su primer beso. Le duele tanto la panza... La llaman a almorzar, pero no puede comer del dolor.
-Deben ser los nervios –piensa, y no le cuenta nada a nadie.
Al día siguiente la internan por peritonitis.


2.

A María le apasiona leer artículos y críticas sobre restaurantes de Buenos Aires. Cómo están decorados, la carta, qué sirven. Sobre todo eso: qué sirven. María se imagina sentada en el restaurante con la carta en la mano. Mira el menú y elige. Hoy, codorniz a la Baripasovska con finas hierbas.


3.

Gerardo es el gerente de una multinacional de la industria del gas. Se acaba de separar de su mujer y vive en la casa de un amigo. Un amigo que cambió de ciudad y no tiene tacho de basura en la puerta. Así, Gerardo llega todos los días a su oficina de la multinacional de la industria del gas con finísimo traje gris y dos bolsitas de basura en la mano.


4.

Como todavía no sabe caminar, Antonia espera que yo llegue de trabajar a upa de su niñera. Redonda, mira por la ventana. En eso escucha que se abre la puerta. Da vuelta la cabeza de una manera fisiológicamente difícil de explicar. Al lado de ella, una lechuza tiene tortícolis. Antonia hace contacto visual conmigo y se queda estupefacta. Tiesa. Seria, con los ojos abiertos al tope. Cuatro segundos después reacciona. Y empieza el festejo.

viernes, 23 de julio de 2010

El momento


Todos lo hacemos. Cuando escuchamos una canción que nos gusta, tipo Let down de Radiohead, Zooropa, de U2, no sé, un tema potente, pensamos en un momento fuerte de nuestra historia.

P’arriba o p’abajo, depende de la psiquiatría del día. Si pinta autoboicot, Love of my life, de The Queen, va bien. En cambio, si la radio del auto pasa Lluvia de Noviembre, de Guns and Roses (lo que leyeron), enseguidita activamos un fuerte acto de instrospección y lloriqueamos, a veces a moco tendido, con alguna situación memorable, dramática y fundamental de nuestras vidas.

Porque de lo que se trata es de pensar en uno mismo... para variar.

Mi momento ocurrió hace cinco meses. El 8 de febrero de 2010. Así, hoy escucho Jane says, de Jane’s Adiction, recuerdo ese momento y lloro.

Estoy internada en el hospital y conectada a una sonda que se arrastra con un carrito. Esteban me acompaña en la habitación. Entra una enfermera.

-Sacate el camisón y ponete esta bata. Sólo la bata. Enseguida te vienen a buscar.

Me paro con la bata y elquetejedi al aire. Esteban saca una foto.

Entra otra enfermera arrastrando una silla de ruedas vacía. Canosa y gorda; cara de mala. Pregunta.

-¿Qué le vas a poner al bebé?
-Esto –señalo pantalón y remera diminutos.
-¿Y lana? ¿No trajiste lana?
-No. Es febrero.
-Dame más ropa. Los bebés tienen frío cuando nacen.

-Dediqué los últimos dos meses a pensar qué ponerle al bebé cuando nazca y esta forra pedazo de mierda viene con esos tonos -pienso.

Me siento en la silla de ruedas, agarrada del carrito de la sonda, con tremenda panza encima. Salimos de la habitación. La enfermera me lleva de atrás y Esteban camina al lado, en procesión. Un pasillo y doblamos en dirección a un sector en cuya entrada están mi hermano El Jhony, su mujer Anita, mi mamá La Asesina y mi papá El Pelado: parte de mi familia.

-Es como cuando te casaste –dice Anita.

Se abre una puerta y todos quedan atrás.

Después, esto.

viernes, 2 de julio de 2010

Hermanos

Una vez por semana mi hermano El Jhony me pide que ponga la alarma en su casa.

El Jhony y su mujer Anita son médicos y ese día están de guardia por 24 horas. En su casa no queda nadie por un rato y yo, que vivo enfrente, soy la encargada de protegerla.

El operativo no me molesta en absoluto y lo ejecuto con gusto, pero a las corridas y en el horario del almuerzo. ¿Por qué? Porque trabajo horario corrido y tengo una beba que se alimenta exclusivamente a base de teta. Ese horario es el que utilizo para dársela.

Como es lógico, lo de la alarma hay que recordármelo. Así, cada semana recibo un mensaje de texto de El Jhony que dice más o menos así:

-Poné la alarma, viste.

Pero el otro día la cosa cambió. También fui notificada por SMS:

-Esta es la última vez que te aviso. De ahora en más, lo de la alarma lo hacés siempre. No te lo recuerdo más.

jueves, 24 de junio de 2010

Mi primer ataque de pánico

Este es un mensaje para los fabricantes y distribuidores de Clonazepán, Rivotril, Trapax y antidepresivos por el estilo: he tenido mi primer ataque de pánico.

Fue hace un par de semanas, frente a un austero auditorio de estudiantes. Me habían convocado para dar una charla sobre un tema que no viene al caso. Yo era una de las disertantes. Sí, sí.

Había mesa, vaso y jarra, cual conferencia de prensa. Llevaba puesto mi nueva blusita de Indian Style y el jean de buen corte. Pelo secado con secador, anteojos. Cara de amigos, muchos. Participábamos una periodista, un periodista y yo, que ya no soy periodista.

Habló ella, muy bien, con su notebook. Contó experiencias extraordinarias y abrumadoras e historias de amenazas con un estilo narrativo bastante pulcro. Luego habló él. También había llevado anotaciones; incluso citas de grandes pensadores. Bien.

Y me tocó a mí. No había preparado nada. ¡Nada! Llevaba dos noches sin dormir por Antonia y no me consideraba lista, en ab-so-lu-to, para lo que ocurría.

-Buenas noches –dije, y me saqué los lentes.

Como era de esperar, quedé en la nebulosa. Mi vista miope no alcanzaba a ver ni el vaso que tenía a 30 centímetros. Empecé a hablar.

-Blablablbalbalbalabla.

De repente no sabía dónde estaba, qué quería decir ni de dónde venía. Estaba más perdida que Cristina en una feria de ropa usada. Miré mi humilde papelito con anotaciones, las que había hecho mientras los periodistas hablaban.

Pánico.

Pensé en irme, en decir que me disculparan, que me sentía mal. Pero entonces dije “responsabilidad social empresaria”. Dos o tres conceptos ambiguos que manejo de taquito. De a poco logré que pasara la sequía bucal. Así, despacito, logré salir del rock and roll mental.

Lo que no logré es ser interesante siquiera por 30 segundos.

Pero lo más vergonzozo fue lo último. Sólo me faltaba el delantal blanco, la corona de jazmines, el sahumerio y las campanitas:

-Sean buenas personas que con eso alcanza -dije.

La próxima, lo juro, me quedo en casa abrazada a la bolsa de agua caliente.

martes, 8 de junio de 2010

Y lidto

Tengo un serio problema de liderazgo.

Sencillamente, creo, tengo tanto miedo de que no me quieran que trato a todo mi personal, porque ahora tengo personal, como si le debiera algo, como si contratarlo requiriera de mi más absoluta obsecuencia y demagogia.

A Mariana, la chica que me ayuda en la limpieza, ahora se le sumó Vanesa, la niñera. Mi personal.

Pero Mariana es brava. Una vez me dijo “gorda”, y eso que le acababa de aumentar el sueldo y pagado el aguinaldo antes de tiempo .

Pero ayer... ¡Ayer!

-Ben déa –saludó mientras entraba a casa: llevaba la bufanda como un burka.
-Buen día, Mariana. ¿Cómo andás?
-Apesdada. No pedo más.

Me quedé parada en la puerta con la manija en la mano.

-Mari, te pedí que me avisaras cuando estuvieras enferma.
-¿Pod qué?
-Porque acá vive una bebita de tres meses. Porque la pediatra me dijo que la tuviera lejos de gente enferma. Te conté. ¿Te acordás?
-¡¿Vod quered que me vaya?! ¡¿Mirá que me voy, eh?! Me voy y se terminó. Lidto.
-No, no te vayas. Hace mucho frío. Quedate. Pero la próxima avisame, por favor.
-Ppppfff... ¡¡¡¡¡Aaaaacccchhhíiiisss!!!
-Mariana, estás llena de moco. No sólo es un peligro para la beba, para vos también. Te tendrías que haber quedado en tu casa. Yo te iba a pagar igual, por supuesto.
-Ppppfff. ¿Sabéd qué? Mejor me voy. Y lidto.

lunes, 5 de abril de 2010

Brutal aclaración


Hace muchos años que sé que me gusta escribir. El problema es que no sé cómo se hace. A ver: algún que otro cuentito sobre la cantidad de veces que he visto gente masturbándose en la calle quizá ha resultado ingenioso, pero pará de contar. De un tiempo a esta parte me he olvidado de cómo se teclea una sola abstracción.

La culpa la tiene mi hijita Antonia. Su nacimiento hace dos meses me llenó de un amor exagerado que roza lo patológico, pero también me embruteció.

Bruta, dije.

Tartamudeo cuando quiero expresar una idea. Me choco paredes. Si deseo algo con todas mis fuerzas, eso es dormir. Hacer la cama requiere de planificación. Ordenar la casa ya es física cuántica.

Decí que leo mientras ella toma la teta, que si no estaría sentada como colicué, cruzada de brazos, balanceándome en un rincón.

Por todo esto me da vergüenza escribir. El blog se ha vuelto demasiado egocéntrico y, otra vez, no sé qué decir. Temo volverme una madre blogger que sólo recomienda sacaleches. Así que si el empeño me acompaña, en lo sucesivo escribiré en soledad, a oscuras, amacando el cochecito.

Agradezco la buena onda que siempre recibí acá. En casi tres años nunca tuve un comentario ofensivo y eso en Internet es mucho. Sobre todo para mí, que detesto la controversia gratuita que genera este medio y que ahora, por otra parte, debido al factor hormonal, capaz que me haría llorar.

Acá me quedo, entonces, payando en soledad, con el mate a centímetros y la imposibilidad técnica de describir lo mejor que me pasó en la vida, que en la foto aparece en su primera visita al mar, el fin de semana pasado.

Además, está por pedir teta y todavía no saqué la ropa del lavarropas.

Te dejo, che. Fue un gusto. Muy rico todo. ¡Nos vemos la próxima!

martes, 23 de febrero de 2010

Ser Antonia


La obstetra Graciela y el anestesista con cara de loco (pongámosle López) parecen en trance durante mi cesárea.

-¡¡¡Vamos López!! ¡¡Ahora!! Espere. ¡¡Vamos!! Pare. ¡¡Vamos López!! Espere. ¡¡Espere!! Empuje, vamos. ¡¡Ahora!! Espere. Espere, López.

El quirófano está cubierto de azulejos azules y es chico, cuatro por cuatro. Debe haber unas diez personas, entre enfermeros, médicos, ayudantes y mi hermano Jhony, presente en calidad de cirujano. La canción de Ricky Fort suena bajito en una radio mientras me colocan la peridural en la espalda.

I know you want me, you know I want you, I know you waaaant me, you know I want you...

-Qué raro es vivir este momento acordándome de alguien como Ricardo Fort -digo. Todos festejan mi excelente chiste: seguramente es mejor mantenerme tranquila.

Empieza la acción. Se me duerme la mitad del cuerpo, de la cintura para abajo. La otra mitad se pelotudiza. Me acuestan. Tiemblan manos y boca. Siento que me tocan la barriga, que me pasan trapos, pintan, limpian: no sé. Una sábana me tapa toda la escena. Sólo escucho. 20 minutos después empieza el trance de Graciela con López.

-¡¡¡Vamos López!! ¡¡Ahora!! Espere. ¡¡Vamos!! Pare. ¡¡Vamos López!! Espere. ¡¡Espere!! Empuje, vamos. ¡¡Ahora!! Espere. Espere, López.

Lo de López es un empujón con todo el peso de su cuerpo sobre mi panza, a la altura del esternón. Lo de Graciela es el intento de agarrar la cabeza de la beba desde la incisión que me hizo debajo de donde va la bombacha de la bikini. Una y otra veez. Tardan.

Antonia no quiere salir. Lleva 38 semanas en la panza; no 40, como se supone debe ser. Pero hay que sacarla igual. La colestasis empeoró y hay que sacarla.

Y Antonia sale. Y llora. La escucho. Yo también lloro, con ruido finito, desencajada.

Me la acercan envuelta en una sábana azul. Casi tan azul como ella.

-Hola bebita.

***

Hace dos semanas que Antonia es fuera de la panza. Dos semanas en las que las horas van en quinta, sin dormir, viendo crecer mis tetas llenas de leche. Chorrear leche. Dar leche. ¡Tanta leche! Escuchando a E., bobo, bobísimo, utilizando términos bobalicones: "beboncio", por ejemplo.

Y acá estamos, en casa, los tres, jugando a la casita. Mirándonos.

Porque todo es mirar. Mirar a Antonia, mirarnos entre nosotros. Mirar y mirar.

Ahora Antonia llora y se duerme a un ritmo cronometrado de unos dos minutos por vez sobre una especie de mini reposera: el "huevito". Lloriquea, se duerme; lloriquea, se duerme. Quiere teta. Más y más teta. Upa.

Me mira.

-Hola bebita.

jueves, 7 de enero de 2010

Colestasis


Ayer por fin me tranquilicé.

Los días previos había llorado con lágrimas gruesas porque se me había quemado una tarta de puerros, Esteban había dejado el bolso de boxeo tirado y en la radio habían pasado la canción que Iván Noble le canta a su hijo Benito.

La razón real de tanto moco se llamaba "colestasis", una cagada propia del embarazo de ocho meses que ha hecho que mi hígado funcione como un pelotudo.

La noticia disparó un operativo familiar:

1. Hermanos y cuñadas, todos médicos, se abocaron a la tarea de calmar e informarse/me.

2. Madre sumamente católica encausó cadena de oración de las monjas del colegio donde trabaja.

3. Marido Esteban inventó una crema con avena Quaker para calmarme la picazón del cuerpo, el síntoma principal de la colestasis. Leyó que servía, así que molió cereal en la licuadora, lo mezcló con crema y colocó en tapercitos en la heladera. Luego lo desparramó sobre mi piel. Como funcionó, repitió el dispositivo varias veces. Desde entonces, en mi casa soy un bombón de Quaker con pantunflas.

4. Padre Pelado repitió y repitió "todo va a estar bien".

Y ayer respiré, decía. Porque fui con mi mamá hacerme una ecografía, una más de tantas en las que no había visto nada, y no sólo me enteré de que Antonia estaba bien a pesar de la colestasis, sino que descubrí por primera vez su cara. Y cachetes y lengua y boca y ojos y nariz. Mi mamá asegura que también pestañas.

Uy, lloro: me manché la remera con yogurt.