miércoles, 30 de marzo de 2011

Inseguros


1. Que alguien me explique que no es necesario llorar cuando en el trabajo me preguntan cómo estoy.

2. Que alguien le diga al boludito ese que no tener título universitario no es un problema; que ser gordo y petiso, tampoco; que hablar feo es algo que se puede revertir. Que no es necesario portarse como una cucharada de moco verde en todo momento, a toda hora.

3.
Que alguien escriba un libro de autoayuda que se llame "Cinco años", o sea, uno en el que se explique por qué un lustro es el límite para revertir una situación de esas, cómo llamarlas, no sé: ¿duraderas? ¿crónicas? Laborales, amorosas, geográficas; una de esas que tienen que ver con la voluntad. Que pasado ese plazo los quejosos deben joderse, callarse o irse a dormir con un té de tilo por el resto de sus vidas. Que cinco años es el límite.

4.
Que alguien le asegure a mi bebita Antonia que cada vez que me voy a trabajar, vuelvo.

5.
Que alguien le diga a Pili que el jean chupin le queda muy bien.

6. Que alguien tranquilice a mi hermano El Jhony y le diga “basta, ya es suficiente, no es necesario que pongas en Facebook todas las corvinas que pescás; está claro: sos un excelente pescador”.

7.
Y ya que estamos con Facebook, que alguien se anime y ponga en su muro: “Hoy no fui feliz. Hoy no me reí a carcajadas en toda la mañana. Hoy no reviví un viaje asombroso ni salté de alegría ni me vi linda ni recordé con inmensa dicha un dibujo animado de la infancia".

8. Que alguien ¡por favor! me ayude a tomar una decisión.

sábado, 19 de marzo de 2011

Equivocados


Íbamos en el auto por un camino de ripio lleno de libres diminutas, arroyos, paredones cordilleranos, cascadas, casas de artesanías con exquisito licor de rosa mosqueta y araucarias. El Circuito Pehuenia. Por ahí andábamos con Esteban y Antonia, que se entretenía en silencio en la sillita de atrás comiendo un pelón entero de a poco, como un ratón, con los únicos dos dientes que tiene. Hacía por lo menos 45 minutos que yo no cuestionaba la manera de manejar de mi marido. Entonces dije:

-Qué increíble el tiempo y energía que dedicamos a trabajar. Horas y horas para llegar a casa con la cabeza quemada. Es como si viviéramos distraídos, alienados.
-Equivocados. Es como si viviéramos equivocados –dijo Esteban