miércoles, 26 de diciembre de 2007

El viejo de las pecas en el pecho

Ya escribí acá que me impresionan los viejos. Bueno, hoy me pegaron la zurra emocional del mes.

Fui a hacer una nota de color sobre una colonia de vacaciones para jubilados. Como se suele hacer, busqué la historia. Y encontré a la pareja perfecta: de ochenta y pico ambos, cara de haber hecho las cosas más o menos bien y ganas de hablar. Diez puntos, los arrimé al borde de la pileta (yo de negro, a pleno sol, un suplicio) logré la foto y el testimonio de que todo muy lindo, sí, sí, que el agua es bárbara para las rodillas y que qué suerte que tenemos esta posibilidad.

Pero la trompada a mi sensibilidad me la había do él, Nazareno, cuando llegó para pararse al lado de su mujer, Alcira. Por el amor de Cristo recién nacido en Belén. Venía a las brazadas por la parte baja de la pileta, caminando en el agua como podía entre la gente, nadando sus 81 años al encuentro de la señora con problemas en las rodillas a quien tanto creía necesario cuidar. No sé, me perturbó, en el buen sentido. Esas pecas en el pecho, pensionadas, asentadas, dispuestas, amorosas.

"Lo único que le pido a Dios es salud para cuidar a mi señora, cumplir sus ordenes y hacer los mandados", me dijo después de un rato, todavía agitado y con unos pocos pelos blancos revoloteados: del apuro por no dejar sola a Alcira, se le había perdido la gorrita de baño. Me dieron ganas de abrazarlo y decirle que lo quiero con toda mi alma.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Conmemoración del Día del Indignado

Hoy se celebra en toda la Argentina el Día del Indignado, una fecha en conmemoración de la falta de expectativas laborales, económicas y financieras de muchos de los habitantes del país, sobre todo de aquellos que se dedican al periodismo gráfico o, simplemente, trabajan en relación de dependencia.

Surgida a partir de la desazón de una redactora de un diario chico, la fecha recuerda su frustración al momento de solicitar un préstamo en un banco y analizar sus posibilidades de tener casa propia.

Los actos en conmemoración del Día del Indignado se celebrarán con un pan dulce.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Engaña pichanga

Tengo hambre, no almorcé y estoy en ese horario de total incertidumbre nutricional: cerca de las 19.

Me como dos aceitunas de las importadas, las regordetas. Avanzo con un yogur light insípido e incoloro. Sigo con un par de confites de chocolate robados de contrabando, previstos para la cena de Navidad. Estoy en lo de mis padres y hago lo que quiero, como cuando era chica y ellos salían a hacer control mental según el método Silva, alta moda en los 80.

Hay pepinos en la heladera, de esos agridulces que una no compra desde la devaluación de peso.

El bagre me canta una samba.

¿Por qué mierda no almorcé? Al final, la virgada del café con leche con tostadas que comí al mediodía fue una engaña pichanga. A propósito, ¿de dónde viene lo de engaña pichanga? La Real Academia Española define "pichanga" como "engañabobos, cosa que engaña o defrauda con su apariencia". Por lo tanto, "engaña pichanga" sería una redundancia, porque ambas palabras significan lo mismo.

Como sea, esto es un engaño. Si alguien esperaba un remate rebuscado, conclusivo, una reflexión más o menos elevada, disculpen por la pichanga.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Hay qué miedo...


Y la verdad es que el acto de asunción a la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, que fue hace un rato, me generó cierta cosa de desconfianza femenina, como cuando un hermano te presenta a la novia y ella no te gusta, no le crees. Claro que ya la conozco a la señora, a Néstor. Pero hoy es distinto.

Fíjense en la apertura de sus ojos en la foto: a media asta. A mí se me hace que tomó un ansiolítico, pero también puede ser que haya querido demostrar entereza o poder al no sonreir. O ambas cosas.

No sé si estaba armado como para dar sensación en matrimonio, de cotidianidad, pero lo cierto es que Cristina dio señales de neurosis galopante. Estaba tiesa o algo así. Y lo mandoneaba al marido como si le estuviera enseñando a hacer tallarines con la pastalinda.

Miedito, qué se yo...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Mi hermana gemela, la porteña


Tengo un quiste sacro coxígeo. Es una pequeña bolita de tejido ubicado al final de la columna, cerca de la cola, sobre el llamado "huesito dulce". Inflamada, la pelota puede llegar a ser grande como un durazno, tener pelos y hasta dientes. Sacarla implica una operación muy sencilla y una post operación insoportable, dolorosa y larga.

Dicen que en realidad es un gemelo, en mi caso una gemela, no desarrollada. "Yo también tengo un hermano en mi espalda: él es el bueno", me dijo un gracioso que también porta quiste cual mochila. O peor: cual rabo.

Pensaba en esto hoy mientras iba a trabajar. Mi hermana gemela está ahí, calladita, sin inflamarse desde hace cuatro años, cuando me fui de Buenos Aires y me vine a vivir a esta ciudad sureña, ventosa, tranquila y de lo más puta.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cardigan bajo el brazo


Era sábado a la noche e iba apurado. Tenia las piernas cortas, así que no era demasiado lo que podía aportar para llegar a tiempo. Avanzaba por la avenida más iluminada entre bares llenos de gente, sonrisas estimuladas y cúmulos: de gente, de sillas, de ruido, de compañía.

Prolijo, llevaba un cárdigan de hilo bajo el brazo, como si estuviera recién planchado, como si lo fuera a guardar en el placar.

Era la medianoche: demasiado tarde para que un hombre como él, de cincuentas, con camisa a cuadros y panza de papá Noel, se encontrara con alguien para cenar. También muy temprano para irse a una barra a estereotipar al hombre solo y borracho.

No iba a ningún lado.

Sin embargo, su apuro había empezado media hora antes, cuando estaba a punto de acostarse a dormir. Acomodaba su ropa y de repente sintió, vomitó ganas de ver mesas con más de un comensal. Entonces resolvió salir de su casa con pisos de granito. Tan apurado, que se llevó consigo el cardigan que pensaba guardar.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Intriga en el loquero

"Ya estuviste arriba? ¿No? Ah, bue... --suspiró con la nariz, como si se hubiese querido liberar de un moco--. Entonces no entendés nada..."

Me lo dijo hoy una psicóloga/asistente social/tranquilizadora en la planta baja de un instituto psiquiátrico, de un loquero donde los únicos pacientes que vi fueron dos señores con la mirada hastiada y la cabeza para el costado, como con tortícolis.

El caso es que la tranquilizadora con título me enloqueció. No sólo no me dejó entrevistar a Vanesa, una chica "perturbada" cuyo testimonio necesitaba para una nota sobre drogas, sino que me zarandeó la curiosidad a un punto casi ingobernable.

¿Qué tenés arriba, psicóloga? ¿Qué escondés con tanto orgullo? Aparte de baba, ansiolíticos y algún delantal blanco con cinto, ¿que hay ahí arriba, por el amor de Dios?

Todavía no entiendo por qué no empujé a la asistente social y salí corriendo para la escalera.

sábado, 17 de noviembre de 2007

La perfecta tarta de zapallitos


Yo sé hacer la perfecta tarta de zapallitos. Es una de las más baratas y no se consigue en Conécticut: en Estados Unidos no se cultivan zapallitos.

La perfecta tarta de zapallitos lleva una cebolla grande y tres zapallitos, también grandes. Se cocina todo junto en un wok, a fuego medio. Se le pone pimienta negra, sal y un caldito de verdura desmenuzado con un cuchillo. No es necesario ensuciarse las uñas, con un cuchillo se deshace bastante bien.

Antes de que se termine de cocinar la mezcla hay que poner una tapa de tarta en una olla Essen de teflón, a fuego mínimo. Como para que se vaya haciendo.

Una vez dispuesto todo el asunto, colocar la mezcla sobre la masa pre cocida y tapar la Essen. La tarta queda parecida a la de la foto, que fue hecha por la chef Dolli Irigoyen pero no es perfecta. Para que lo sea, hay dejar transcurrir 40 minutos sin destapar la olla.

Mientras tanto, lo más recomendable es leer los diarios del día en Internet y comprobar cómo los periodistas tampoco destaparon ninguna. Ese tiempo alcanza. Quizá también como para relojear la última pelotudez de lagún blog como este.

viernes, 9 de noviembre de 2007

"¿Por qué no te callas?"


Cual comadrona irritada con su vecina, torció el pescuezo 45 grados y se lo dijo: "¿Por qué no te callas?"

Al rey Juan Carlos de España no le importó ser el rey Juan Carlos de España ni que el presidente Rodríguez Zapatero había seguido hasta entonces las mejores normas protocolares en la cumbre iberoamericana: las convulsiones verbales antifascistas del venezolano Chávez eran demasiado.

Y entonces sí, derechito, impecable y a punto de reventar de indignación, el rey asomó la cabeza entre los presidentes como una suricata y le dijo al venezolano "¿Por qué no te callas?"

¡¡¡Jjajajajajajajjajajjajaja!!!!

viernes, 26 de octubre de 2007

Tita

Tita se llama Mirta pero siempre ha sido Tita.

La conozco desde hace unos 20 años, cuando yo todavía no había llegado al metro cuarenta: ella trabajaba, escuchaba, regaba, comía, dormía y hacía lo que quería en la casa de Ana, mi mejor amiga. Ya no lo hace más.

Tita ahora vive en un barrio humilde, atrás de un kiosco que vende jamón crudo; tiene un marido y varios hijos, uno de ellos discapacitado.

Como me conoció de chica, y sabe que trabajo en un diario, me llama todos los meses: porque quiere que se sepa que le prometieron una casa, porque necesita frazadas para dos viejos borrachos que invitó a vivir con ella, porque pretende crear un hogar de comidas para carenciados.

Tita es morocha y el pelo no le llega al hombro. Tiene cara redonda y creo que le pesan las rodillas y una pierna más que la otra, porque camina de costado. Usa polleras y remeras grandes. Habla rápido y no escucha mucho lo que le preguntan. Ella expone.

Me acuerdo de Tita planchando en lo de Ana, mi amiga. Trataba muy mal a su patrona, la mamá de Ana: desde la tabla de planchar, como si fuera un mostrador, decía casi a los gritos que el perro no tenía que estar adentro, de qué manera se criaban los chicos y cómo y con qué se tenía que llenar una mesa. Lo decía con cara de inspector de tránsito en medio de un congestionamiento.

Se me ocurre que Tita no llora.

Hace poco, después de que me había pedido ayuda para dos viejos, me volvió a llamar para que otro de sus reclamos saliera en el diario. Entonces aproveché para preguntarle:

--¿Y cómo te fue con las frazadas para los viejitos?
--Me ofrecieron un montón de cosas: como cuatro camas, sábanas, colchones. ¡Pero yo necesito frazadas! ¿No se podrá hacer otra nota?

viernes, 12 de octubre de 2007

Viernes, día de mierda

Detesto el viernes. Es una mierda. Lo cagaron los locutores de radio y presentadores de televisión: "¡¡Vamos!! ¡¡Vamos que es viernes!!". Lo empalagó el sistema. Esa obligación de tener que estar feliz, ese clishé semanal. Lugar común del calendario. Porque era un buen día, pero lo llenaron de significado: le calzaron el estereotipo de jornada para la sonrisa y ahora cualquiera que se levanta un viernes, quizá con la esperanza de despejarse de la rutina, se encuentra con otra obligación: la de pasar tarjeta al bajo vuelo recreativo. Al final, es el peor día de la semana. Como el Año Nuevo o el propio cumpleaños. Lleno de expectativas, está vacío.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Ya está

Te quería avisar que ya está. Que te quedes tranquilo: que ya vi todo.

"¿Y vos quién sos?", me preguntó mirándome a los ojos, a 20 centímetros. Ojos sorprendentemente iguales a los míos. "¿Y vos quién sos?", martilló.

Antes se había sentado en un sillón. Y se había parado para sentarse en el sillón de enfrente. Y había vuelto al anterior. Y así tres veces.

Me alejé unos metros y fue entonces cuando lo ví y escuché. Todo. La decrepitud hecha viejita de ochenta y pico con enfermedad crónica de 25 años y mi crianza encima.

"No me maten", dijo bajito. Pero bajito, nada de escándalo.

Caty, la chaqueña que la cuida y yo seguimos tomando mate. Y medio que sonreímos.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿Existe algo más patético que desaprobar el examen teórico del carnet de conducir?

Me ocurrió a mí, esta mañana. A mí, que la juego de cancherita porque mi hermano me enseñó a manejar hace 12 años con dos caballetes. A mí, que nunca choqué, que tampoco tengo un auto con el que hacerlo.

Después de una hora y media esperando que una médica de tacos y collares de bolas rojas viera mis ojos miopes, pasé a la sala de examen teórico. No había estudiado, no me hacía falta. Autosuficiente, entregué las 100 preguntas con multiple choice antes que un larguirucho, alto y melenudo que rendía para manejar una moto. Tardaba tanto, el pobre.

Salí afuera de la sala a esperar que el empleado municipal a cargo me pasara las hojas y terminar con el insoportable trámite de una vez.

“¡Podés pasar un momentito?”, me dijo, como disculpandose y tratanto de no avergonzarme delante de los que rendían para moto, taxi; del pelilargo motoquero con jean chupín, que ya había terminado.

“No te enojes, pero vas a tener que venir la semana que viene”.

En la universidad también me bocharon y la sensación es siempre la misma: de perdedora irrecuperable. Pero esta vez era distinto. Era decididamente patético.

Para colmo, ni siquiera tuve la decencia de ocultarlo. Salía de la sala y dejaba atrás al motoquero (que por supuesto, sí había aprobado) cuando me llamó el más divertido de mis compañeros de trabajo para preguntarme por qué no había llegado a mi escritorio. Y entonces sí, le conté y lo logré: el resto del día estaba cagado.

martes, 25 de septiembre de 2007

Hasta cuándo los dedos con mocos

Siento como si tuviera los dedos llenos de mocos: verdes, pegajosos, ni siquiera propios. Un liquido espeso que no me permite escribir por motivos bien estúpidos. ¿Hasta cuándo tanta inmundicia? ¿Por qué no hago algo drástico con estos mocos de mierda que, en realidad, son bien propios?

lunes, 10 de septiembre de 2007

Los viejos de manos muertas

Me llaman la atención los viejos. Los viejos, hombres, arrugados, petizos, de camisas a cuadros, manos muertas y mentón tirado para abajo. Pelados, los que arrastran los pies y usan pantalón gris oscuro. Me enternecen tanto o más que los chicos, aunque la sensación es bastante parecida. Hoy me banqué una cola de gente desagradable con olor a ala de pollo al horno y no me importó: un viejo de los que me gustan iba y venía, todo de gris, parecía un topo jubilado, todo despistado y débil.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Dos mujeres muy distintas


En la cocina del departamento donde vivo, en el borde de la ventana, hay un macetero venido a menos donde mi novio, cuando vivía solo, puso un cactus desnutrido al que nadie le presta atención. Sin embargo, hace alrededor de un mes nos encontramos con que una paloma merodeaba el lugar y traía pequeñas ramitas.

Lo hacía con sigilo y suma desconfianza hacia nosotros. Bastaba con que prendiéramos la luz para que volara al edificio de al lado, volviera, se fuera y así. Hasta que terminó de construir su nido y se enteró de que todo el asunto nos resultaba pintoresco y no teníamos ninguna intención de intervenir.

Era una torcaza, chiquita, algo regordeta y gris que siempre miraba de costado, pero a los ojos.

"Le pone huevo", dijo mi novio cuando dejó sobre el nido una pelotita blanca del tamaño de una nuez. Era domingo y venía mi papá a almorzar, así que la novedad nos sirvió a todos para encontrar un tema sobre el qué hablar (conversar con ese señor es más difícil que para Estados Unidos ganar el Mundial de Rugby). Al día siguiente, antes de irse a trabajar, mi novio me quitó los últimos y preciadísimos minutos de sueño: "¡¡Vení, vení!!" Había un segundo huevo.

Pasaron unos 15 días, todos con heladas, y los pichones estaban por averiguar cómo se sentía el aire con temperaturas bajo cero en un piso diez.

Sólo uno salió de huevo. La madre, sabia y estratégica, enseguida dejó al otro de lado: había que darle todo el calor al pichón que había logrado sobrevivir.

Unos días después nos fuimos de vacaciones por una semana, con la sospecha de que a la vuelta el macetero iba a estar vacío. Así fue.

Nunca más supimos qué ocurrió con la torcaza confianzuda, pero a los pocos días; esta última semana, en realidad, una paloma, más flaca y esbelta que la anterior, empezó a sobrevolar el macetero junto a un palomo robusto que casi la duplica en tamaño.

Ella ya puso el huevo pero todavía no le ha puesto garra: cada vez que nos ve, deja a su hijo solo y se va a buscar a su consorte para que él, el hombre, escanee lo que se ve a través de la ventana de la cocina. O sea, a mi novio y a mí.

El caso es que esta paloma, la segunda inquilina, no me cae nada bien. No sólo porque no es lo suficientemente madraza como para superar sus prejuicios contra nosotros sino porque es una machista de mierda: apenas se presenta el riesgo, rapido a buscar al maridito. Una pelotuda.

Por supuesto, la foto de más arriba es de la primera torcaza con el pichón sobreviviente. A ella, la madre soltera, la ejemplar y responsable paloma que aguantó el peor invierno de los últimos 30 años y fue capaz de compartir todo su esfuerzo, mis más sinceras felicitaciones.

miércoles, 15 de agosto de 2007

El qué de Lelé

Acabo de llegar de trabajar y a pesar de que tuve un día bravo me siento lo bastante desenvuelta como para empezar a escribir con la firma de Lelé, la manera como me llamaban unos amigos de mis viejos cuando tenía cinco años, creo, y que me acabo de acordar. También me siento lo bastante desvergonzada como para decir que el nombre de este blog, El qué de Lelé, responde a que de repende me gusta cómo suena la "e", a pesar de que nunca tuve ninguna afección por esa letra en particular. Es decir, todo esto es demasiado espontáneo, y creo, algo estúpido. Me presento, soy Lelé y, aunque no lo parezca, hasta hace un rato estaba escribiendo en la redacción de un diario sobre una protesta de discapacitados por el sistema de transporte público. Al o la que llegó hasta esta línea, un gusto.