jueves, 7 de enero de 2010

Colestasis


Ayer por fin me tranquilicé.

Los días previos había llorado con lágrimas gruesas porque se me había quemado una tarta de puerros, Esteban había dejado el bolso de boxeo tirado y en la radio habían pasado la canción que Iván Noble le canta a su hijo Benito.

La razón real de tanto moco se llamaba "colestasis", una cagada propia del embarazo de ocho meses que ha hecho que mi hígado funcione como un pelotudo.

La noticia disparó un operativo familiar:

1. Hermanos y cuñadas, todos médicos, se abocaron a la tarea de calmar e informarse/me.

2. Madre sumamente católica encausó cadena de oración de las monjas del colegio donde trabaja.

3. Marido Esteban inventó una crema con avena Quaker para calmarme la picazón del cuerpo, el síntoma principal de la colestasis. Leyó que servía, así que molió cereal en la licuadora, lo mezcló con crema y colocó en tapercitos en la heladera. Luego lo desparramó sobre mi piel. Como funcionó, repitió el dispositivo varias veces. Desde entonces, en mi casa soy un bombón de Quaker con pantunflas.

4. Padre Pelado repitió y repitió "todo va a estar bien".

Y ayer respiré, decía. Porque fui con mi mamá hacerme una ecografía, una más de tantas en las que no había visto nada, y no sólo me enteré de que Antonia estaba bien a pesar de la colestasis, sino que descubrí por primera vez su cara. Y cachetes y lengua y boca y ojos y nariz. Mi mamá asegura que también pestañas.

Uy, lloro: me manché la remera con yogurt.