martes, 29 de julio de 2008

No a la masturbación pública

Basta. Me harté. Es la cuarta vez que me cruzo en la calle con alguien que se masturba. Que se masturba en la calle. Que se masturba adelante de la gente. Recién, recién nomás me acabo de cruzar al número cuatro en Alem al 1.000. ¡Al número cuatro! Pero empiezo por el número uno.

1. El episodio más traumático y peligroso. Yo tenía 13 años, era mediados de 1993, la una de la tarde. Salía del colegio La Inmaculada con un equipo de gimnasia azul San Marco y entraba a un gimnasio que estaba al lado del restaurant Gambrinus, en la cortada del Mercado Municipal. En ese momento apareció un tipo con una pregunta:
-¿Tenés idea dónde hay un cabaret? -Como todos los que tienen problemas sexuales, llevaba puesto una campera de jean.
-Eeehhh... No, no sé. Creo que hay uno acá cerca, Acapulco -El dueño era el papá de una compañerita, por eso sabía.
El tipo miró para atrás y entonces me dí cuenta de que estaba agitado. La vista se me fue sola para abajo: se le había escapado un pedazo de intestino grueso del pantalón y lo agitaba para arriba y para abajo. Dio media vuelta y salió corriendo.
Terminé en cama. Mi mamá y mi papá sintieron vergüenza y no hablaron del episodio. Pero recibí el trato de una enferma de mononucleosis: me dejaron mirar tele en su pieza y hasta sirvieron la cena en una bandejita.

2. Buenos Aires, siete años después. En Capital se usa sentarse en las plazas, en Bahía Blanca no. Estábamos con una compañera de la facultad (en Capital se usa "facultad", en Bahía Blanca no, se dice "universidad"), en la plaza que está entre la Biblioteca Nacional y Figueroa Alcorta. Donde hay una lomita. Resalto la lomita porque es ahí donde se erigía el mástil blanco. Uno que nos miraba.
-¿Qué hacés? -le preguntó mi compañera al mástil, que estaba a unos diez metros, tenía alrededor de 20 años y se reía. Y era blanco.
-Nada, las miro.
-¿Pero no te das cuenta que estás enfermo? -Mi compañera hacía circulitos con el índice al lado de la sien.
El mástil se reía. Terminó y se fue.

3. Pocos meses después, también en Buenos Aires, caminábamos con mi amiga Pili por Ecuador y Paraguay. A los 20 años (no) sabíamos lo que hacíamos, así que caminábamos de madrugada por Buenos Aires. Entonces se acercó un tipo con una novedad que hasta entonces creía imposible: se masturbaba caminando. Era circense lo suyo.
-Pili, el que viene enfrente viene agitando algo que no es una bandera.
-A la mierda. Tenés razón.
-¡¡¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!
Gritamos tres cuadras seguidas, riéndonos a carcajadas y llorando del susto, todo a la vez.

4. Hace un rato. Caminata por Alem, la de siempre, esta vez sin música porque se me había acabado la batería del MP3. Detalle mayor, porque pude escuchar el ruido que hacía el sacadito en cuestión con lo que había sacado. Se apoyaba en la verja de una casa como si fuera un auto. Y lo que tenía afuera era negro. Negro. El sacadito no me miraba a mí, sino a dos chicas que salían de la "universidad", que está a dos cuadras. Las chicas hablaban sobre parciales y no se dieron cuenta porque estaba un poco oscuro y los parciales. Tampoco tuve ganas de avisarles. Ni a ellas ni a la gente que venía atrás. Sólo le avisé a Esteban cuando llegué a casa:
-¡¡¡¡¡¡Otra vez!!!!!!!! -grité apenas abrí la puerta.

viernes, 25 de julio de 2008

Loqué la tenología

* Consigna: armar un suplemento por el aniversario del diario con notas de hechos importantes de hace 20, 40 o 110 años, que son los que se festejan el viernes 1 de agosto.

* Actividad: ver los diarios viejos en el archivo de papel del subsuelo. El lugar es frío y hay un silencio seco. "Estelita" está a cargo.

* Percance: en la gran mesa del centro, cuatro redactores y yo trabajamos entre antiquísimos y únicos ejemplares de historia bahiense. Al dar vuelta una página se me rompen dos centímetros de un diario del 4 de diciembre de 1913, el día que se publicó la visita de Teodore Roosevelt a la ciudad. Sigilosamente, deslizo mi mano al ras de la mesa y guardo el pedazo de papel en el bolsillo derecho de adelante del pantalón. Nadie se da cuenta. Por las dudas, alejo la taza de mate cocido.

* Epílogo: "Estelita" saca fotos desde distintos ángulos de la mesa.
-Hacía años que no venía tanta gente -dice.

martes, 22 de julio de 2008

Tener miedo hace bien

Hay que ejercitar la ira, el miedo y la angustia. Entre tanto refrito de autoayuda, resulta que hoy tenemos que vivir en un estado zen soñoliento y comer tres gajos de mandarina por día. Pero nadie nos dice la verdad, o sea, que la bronca se conoce por contraste con la templanza, que la imbecilidad existe en detrimento de la lucidez. Que una cosa no existe sin la otra y que nosotros somos la vomitada de todo eso junto.

Hoy merendé un gurú, así que voy a explicar cómo viene la mano.

Tener miedo hace bien. Hace un rato salí a caminar con el MP3 a fondo, lo suficientemente fuerte como para que me arrollara una Hilux sin que yo me inmutara. No pasó, pero igual me pegué un susto: del consulado de Italia de Rodríguez y Alem salió un perro negro, uno con ganas de labrador que para mí era un Rottweiler especialmente entrenado para matar y violarme. El episodio completo sirvió para que yo ejercitara el miedo, para que resolviera el susto de la semana.

Porque hasta fisiológicamente debe ser importante que se alteren las células de ese modo.

Lo mismo con la ira. La semana pasada entré al diario y uno de los mejores sujetos que camina ahí adentro pasó por al lado mío con un termo de mate cocido para ofrecerle una taza a todo el que quisiera y al que no. Se trata de uno de esos sujetos que no da lo que le sobra, sino lo que tiene. Pasó por al lado mío y siguió con su mate cocido hacia el mundo. Pero antes me preguntó.
-¿Estás bien?
-No.
-Claro que no, es normal, hoy es luna llena y se liberan emociones -dijo, y siguió caminando hacia su escritorio.
Tenía razón. Ese día me agarré una luna que ni les cuento. De hecho, no la voy a contar. Lo que vale es que hice el berrinche del mes. Del año. Y ya está: me enfurecí en nombre de la provincia de Buenos Aires. Ahora valoro toda la paz y sabiduría que me brinda este amable blog.

Lo mismo con la angustia. La soberbia. Los celos. La idiotez. La ingratitud. Sentimientos que todos entrenamos más o menos bien y seguido. Por eso yo, que soy depresiva, ególatra, mezquina, inmadura y necia, cuando tengo un berrinche lo vivo a pleno, lo exploto, lo hago saber: le cago la vida al o la que tengo al lado. Después renazco, me asumo y vuelvo a salir peor que nunca. Eso sí, siempre buena novia, amiga, hija y hermana y excelente cocinera de tartas de puerro.

Hace unos años, una pobre diabla que mentía sobre sí misma soltó una gran verdad sobre un supuesto amor perdido:
-En definitiva, todo este duelo me hace bien. Tanta angustia es una especie de movimiento emocional. Sino es como si estuviera dormida. Lo bueno de toda esta tristeza es que me hace sentir viva.

miércoles, 16 de julio de 2008

Somos todos hipocondríacos


Así como ahora preferimos blogs en lugar de cuadernos anillados, Firefox en lugar del Explorer, MP3 en lugar de walk man, milanesas de soja en lugar de bife, tapados de peluche en lugar de chinchilla, Radiohead en lugar de U2 y cera para microondas en lugar de la de la ollita, hoy acudimos al Alplax, al Rivotril, al clonazepán en lugar de al té de tilo. Al desinflamatorio en lugar del gimnasio.

Porque nos duele el cuerpo. Nos-due-le. Somos hipocondríacos y nos automedicamos. Somos la mismísima doctora Queen.

* El otro día Esteban sentía la garganta inflamada. Entonces llamé por teléfono a mi hermano Jhony, el cirujano.
-Ah, qué hacés -me dijo.
-Acá, en el diario. Me salió el herpes, pero no en la punta, sino adentro de la nariz. ¿Vas a ir a tu consultorio hoy?
-Sí.
-Bueno, en un rato pasamos porque a Esteban le duele la garganta. Llevo una bolsita.
Tres horas después estábamos muy sentados en la sala de espera. El Jhony llegó tarde, parcimonioso y con la cara hinchada de reciente siesta. Pasamos al consultorio y nos deleitamos con lo que en realidad habíamos ido a buscar: una repisa, un altar de fármacos con soluciones para todas las molestias, desde un hongo hasta un reluciente quiste sacro coxígeo. Saqué la bolsa y la empecé a llenar sin culpa, contenta porque había novedades. Un nuevo Milanta, por ejemplo, bebible, en una botellita parecida a la del Activia, útil tanto para la acidez como para la panza inflada (lo de "panza inflada" es un eufemismo para no ofender al lector sensible).
-Eureka -dijo Esteban.

* En el modular donde hasta hace unos años mis papás guardaban los regalos de su casamiento (platos y cubiertos paquetes, servilletas blancas que no se usan salvo que se sienten a cenar Nicolás Sarkozi y Carla Bruni), ahora hay descongestivos, valium y toda clase de descontracturantes y antibióticos.

* Hoy es inconcebible ir a esquiar, escalar el Tres Picos o tirarse de un tobogán sin una tableta de desinflamatorios en el bolsillo.

* Pero la madre de todos los remedios, la deidad más preciada del hipocondríaco es el ibuprofeno. Nada se le compara y suele estar presente en la cartera de la dama y el portafolio del caballero.

* Cansada de que no se me curara el llamado "pie de atleta", los hongos del pie derecho, hace unos años mi papá vino con la solución:
-Mirá -me dijo-, yo pasé décadas buscándole la vuelta y he llegado a la conclusión de que la única cura es el formol.
-¿Pero cómo el formol? ¿No es demasiado? ¿No te mata la piel eso?
-Sí, pero también los hongos.
En efecto. Dos semanas después mi pie había quedado blanco, la piel finita y arrugada. Parecía un feto en un frasco de esos que hay en los laboratorios de las facultades de Medicina. De aquel episodio pasaron unos seis años. En este instante me estoy rascando el pie derecho.

martes, 15 de julio de 2008

A la flauta

De: Laura M.
Para: elquedelele@yahoo.com.ar
Asunto: Texto
Fecha: domingo, 13 de julio de 2008, 3:05:41

Estimada Lelé:

Mujer. Veintiocho años. Profesional. Neurótica. Independiente. Utópica. En líneas generales, eso soy yo. Un ser complejo, como todos, y, como si fuera poco, decidía, no hace mucho tiempo atrás y con no poca frecuencia, hacer mi vida mucho mas compleja a causa de mis aficciones (adicciones según alguna gente prejuiciosa).Particularmente una de ellas, de mis aficciones, eran los hombres.

Todo arrancó tarde, muy tarde, cuando un día en 1999 me prometí que no llegaría al año 2000 sin haberme iniciado antes en el fabuloso e intrincado mundo del sexo. Y así fue. Después de haber festejado junto a mis padres, amigos de mis padres y demás familiares un estupendo año nuevo, cargado de vino y champagne, quien fuera mi novio de turno en ese momento, M., estudiante de Abogacía, buen promedio, proveniente de una familia tipo, pasó a buscarme por la casa donde transcurría el festejo. Bajó de su automóvil, tocó el timbre, saludó a todos los presentes y hasta quizás, se atrevió a aceptar una copita de champagne para brindar.

Es el día de hoy que trato de recordar si estaba nerviosa o no, porque las buenas costumbres indican que ésa es una noche especial en la vida de cualquier mujer, que hay una mezcla de nervios y ansiedad, y yo lo único que puedo recordar de esa noche es que fue un fracaso. Esto puede ser debido a que la comparé con noches posteriores, increíbles noches de lujuria, o debido a que efectivamente fue un fracaso. Y tengo una amiga que siempre dice que ante una opción, siempre se debe escoger la segunda.
Y no cabe duda de que es un camino de ida. El de los hombres.

A las dos semanas de “mi primera gran noche” me fui un fin de semana a veranear a Mar de Ajó, con mis padres. Encontré amigos de veranos anteriores. Salimos a bailar viernes y sábado. Me besé con un chico, A. Volví a Bahía Blanca. Dejé a M. A la semana volví a Mar de Ajó. Le toqué la puerta de la casa a A., de sorpresa. Me quedé una semana entera con él. Y ahí sí que empecé a entender un poco más de que se trataba todo ese escenario erótico que se recrea en cada noche de deseo.

Después de seis meses de noviazgo a la distancia, lo dejé. Porque ya había conocido a F., un bombón. Con éste me porté súper bien, y lo hicimos durar casi dos años. Y a distancia. El viviendo en Buenos Aires y yo en Bahía Blanca. Nos visitábamos una vez por mes, a veces viajaba yo, a veces viajaba él. Realmente fue un noviazgo muy cómodo. Casi ni nos veíamos. Aunque a pesar de eso, el sexo era como el de una pareja de gente mayor. Por suerte, años después, fuimos una pareja de gente mayor pero con el sexo de una de veinte.

Y con estas tres experiencias me bastó para darme cuenta que no es en absoluto necesario el etiquetamiento de un hombre dentro del rubro “novio” para poder gozar. Lo que sea que haya que gozar. Salir a bailar hasta la madrugada, con amigas, noches de verano, noches de invierno, siempre con el espíritu mas festivo y alegre, arreglarse, cambiarse veinte veces de ropa hasta que encontrás lo que mejor crees que te queda. Y el maquillaje. Y la cartera. Y las cervezas. Y la euforia. Y los hombres.

Yo creo que el cuerpo es un lenguaje a la hora de salir a seducir. La manera de moverse, de reír, de reírse a carcajadas. Es todo un trabajo. Y por cierto, nada sencillo. Lo que no se puede negar son los frutos del éxito. Y mejor que eso, es cuando te volvés a juntar con tus amigas para contar los detalles del éxito, los tamaños, los diálogos, los errores, la reconstrucción de los momentos perdidos en los fondos de las botellas. El sexo más desenfrenado, desde mi humilde punto de vista.

Habrán sido alrededor de veinte, algunos más, pocos menos. La exageración del deseo hasta lo máximo permitido por las ganas de esa noche. Y después la sorpresa, claro. Nunca sabés con qué te vas a encontrar. Y cada noche tiene su particularidad. Eso hace que se torne un juego, un torneo, y hasta a veces, una competencia. Tengo amigas con quien hemos hecho listas clasificándolos por nacionalidades, edades, ocasionales, en estado de noviazgo, con amigos, y después contábamos a ver quién ganaba en cantidad por categoría. Sí. Y nos moríamos de risa contándonos las historias de cómo habíamos llegado a conocerlo. Cómo se nos acercó. O cómo lo encaramos nosotras. No era más que la novedad del momento y así nos divertíamos.

Y pasaron los años. Varios años. Descubrí la importancia de la independencia y lo divertido del momento. Y empecé a notar que había uno de los muchachos de la lista que se repetía en el tiempo. Y cada vez con más frecuencia. Hasta que fue el único. Y empecé a mezclar el desenfreno de las noches ocasionales con la comodidad de la confianza y el amor. Y me enamoré.

Y en esta etapa transcurro. Como lo hice en cada una de las etapas que elegí vivir. Viajo, ceno, duermo, planifico y estoy acompañada. Y él también está acompañado por mí. Somos compañeros de caminos separados, caminando en paralelo y agarrados de la mano.

Saludos,

Laura M.


(E-mail que recibí de una fuente anónima para un trabajo)

sábado, 12 de julio de 2008

Cha cha cha

Se me ha dado por serializar. Primero con el ciclo de mala muerte sobre usos del lenguaje y ahora con mi familia. Mi hermano "el Jhony", mi papá el del satélite, hasta puse una foto mía. Ultimamente ando con pocos problemas para exponerme, así que pido disculpas a quien las requiera por tanto egocentrismo. Ahora presento el departamento de Ternura de este blog. El gerente del área es mi sobrino Benjamín, que en septiembre cumple dos años y tiene cierto comportamiento extraño. Notable, ayer se despidió así:

miércoles, 9 de julio de 2008

Se complicó


(Las tétricas y bellísisimas ruinas de la villa Epecuén, domingo 6 de julio de 2008, 12 horas)

domingo, 6 de julio de 2008

Las propiedades de mi papá

Mi papá tiene propiedades satelitales. Recién me lo recordó mi hermano Juani, "el Jhony", en un comentario del post "pedorro" de más abajo.

Hasta hace unos años, estas propiedades operaban desde Bahía Blanca vía satélite con La Plata, donde mi hermano estudiaba Medicina solo bien solo y loco en un departamento que sorprendía por su orden y suciedad. Y el tema era así. No bien Juani se sentaba a comer el bife jugoso y caliente como a él le gustaba, sonaba el teléfono. Mi papá lo llamaba desde la empresa donde todavía trabaja con un teléfono que le permitía colgar, un "manos libres". Entonces mi papá marcaba, mi hermano atendía, mi papá colgaba para usar el manos libres y mi hermano escuchaba: "Cccccccrrrrrrraaaaaaaaaaaaackkkkkkkkkk". Después de una carrera de siete años, Juani estuvo a punto de perder el oído.

Pero estábamos en el bife, que reclamaba atención con la sola compañía de un tomate partido al medio.

--¿Hola?
--Cccccccrrrrrrraaaaaaaaaaaaackkkkkkkkkk. Hola Juani.
--Hola papi.
--¿Cómo estás?
--Bien, me estaba por poner a almorzar.
--¿Cómo está allá?
--Nublado, lindo, qué se yo.
--Acá está soleado. Hermoso. Ayer también estuvo lindo, pero anuncian lluvia para mañana.
--Ajá.
--¿Alguna novedad?
--No, nada.
--Bueno, hasta mañana Juani.
--Chau papi.

Para ese momento, la suela de los náuticos de mi hermano tenían más jugo que el bife, pero Juani había conseguido mejor información sobre el clima del sur de la provincia de Buenos Aires que la del Servicio Meteorológico Nacional.

Un tiempo después yo misma pude comprobar las propiedades satelitales de mi papá. Permanecieron intactas durante los cinco años que estudié en Buenos Aires. Sin embargo, ya no se aplicaban sobre bifes, sino sobre milanesas de soja con queso y tomate y orégano, fritas y exquisitas como sólo a mí me salen. Todo ocurría alrededor de las dos de la tarde:

--¿Hola?
--Cccccccrrrrrrraaaaaaaaaaaaackkkkkkkkkk. Hola Maru.
--Hola papi.
--¿Qué andás haciendo?
--Nada, iba a comer. ¿Vos cómo andás?
--Bien, todo tranquilo. Bueno, ¿y qué te cocinaste? --Los que lo conocemos, sabemos que el "bueno" de mi papá suena como "meno".
--Una milanesa de soja.
--Ah, te jugaste. ¡Qué manera de comer milanesas de soja! ¿Cómo está el clima?
--Lindo, nublado, más o menos. Fui a la facultad y volví. Mucho cielo no vi.
--Acá está feo. Inestable, seco. Dicen que va a llover, pero yo no le veo pinta.
--...
--Maru, haceme un favor.
--Se me enfría la milanesa, papi.
--Es un momento.
--Decime.
--Andá a la cocina y fijate en la alacena si me olvidé un paquete de yerba de la última vez que estuve. Andá, fijate, yo te espero.

viernes, 4 de julio de 2008

Bolsa de las facturas

Recién fui a la panadería y me compré cuatro facturas para tomar la leche: dos medias lunas saladas, una con dulce de membrillo y una santiagueña. Pero resulta que las facturas vinieron en una bolsita de papel rara. Parecida a la de los cubanitos, pero más rara. ¿Cómo puede ser posible que las bolsas vengan raras si traen cuatro facturas para freir en las papilas, si el papanicolao me dio I, si es viernes, si bajé las escaleras del diario como los chicos en los toboganes de la plaza? Ya sé que podría ir a charlar a lo de mi amiga Mona Lisa, por ejemplo, que reparte risas y hace tiempo no veo. O podría ponerme a postear algo más gracioso. O matar a cuchillazos al perro de la vieja del departamento de al lado, que flor de forro resultó ser (señores ambientalistas, con este humilde paréntesis quiero dejar en claro que lo anterior fue sólo una expresión de deseo, una flasfemia, ciencia ficción). Todo eso sería muy divertido. Pero las bolsas raras de las facturas no suelen venir con Activia ni Actimel ni ningún otro suplemento dietario. Más bien se parecen a esos escarpines de adulto, esos que tejen algunas abuelas para los de 32. Esos escarpines que no bien te los ponés, te tenés que meter en la cama o acurrucarte en el sillón. Bueno, todo muy rico; hasta lueguito, ¿eh?

martes, 1 de julio de 2008

En pésimos términos

Siguiendo con este ciclo de posteos de mala muerte sobre usos del lenguaje, palabras y expresiones que no usaría a menos que, bueno, a menos que, en fin, no sé, a menos que...

* "Nosocomio"
* "Helo aquí, hete aquí"
* "Habida cuenta de que..."
* "Magistrado"
* "Arteria"
* "Finca"
* "Amigo o amiga de lo ajeno"
* "Evento"
* "Dantesco" incendio
* "Cinematográfica" persecución
* "Con los abuelos no" (a Telenoche le encanta)
* "Presentose", "Jugose" (léase: todos los verbos de ese tipo)
* "Venidero"
* "Galeno"
* "Temporada estival"

No estoy segura: ¿me olvidé de alguna?