sábado, 29 de agosto de 2009

La historia del tucu-tucu y el francotirador


Lo ví por primera vez en diciembre de 2008, apenas nos mudamos. Yo regaba y él se paseaba por el frente de la casa. Un topo, un tutu-tucu nos daba la bienvenida.

-¡Esteban! ¡Esteban! ¡Hay una ardillita en el patio!

Días más tarde apareció otro igual. Esteban lo agarró y exhibió en un enorme frasco de dulce de alcayota que nos habían traído de San Juan.

-¡No lo mates, por favor! ¡Es hermoso! -supliqué.
-Pero mirá que es un animal de mierda. Se come las raíces.
-Por favor no lo mates.

Pasaron los meses, hasta que un día nos encontramos con cuatro pozos alrededor del fresno, nuestro único árbol. A la semana, los agujeros eran 12.

-Mirá lo que hizo tu ardillita. Bicho hijo de puta -dijo Esteban.

Ensañado, mi marido empezó a averiguar.
1. En Google: "tucu-tucu + patio", "topo + muerte".
2. Un ácido de nosequé debajo de la tierra lo podía matar, pero era peligroso.
3. Un chicle Adams (no otro) en el borde de la madriguera podía producirle una indigestión fatal.

-No hay caso -sentenció Esteban-: la única alternativa es pegarle un tiro en la cabeza con el aire comprimido.
-¿Y cómo vas a hacer? Lo veo difícil.
-Me asomo en la ventana de la pieza, espero que saque la cabeza, apunto y lo reviento.
-Me parece muy bien. Mañana te consigo un aire comprimido.
-Pero cómo, ¿y la "ardillita"?

A los pocos días, el miércoles, Esteban le pegó un tiro al topo.

Modestamente, soy una defensora de lo que en periodismo se conoce como "show don't tell", o sea, de mostrar los hechos sin explicar, sin decir qué es lo que se quiere decir, valga la redundancia.

Pero esta vez no lo voy a hacer. Voy a "decir". Es muy original: todo cambia; todo se mueve, vibra.

Así como se pasa de "ardillita" a "topo de mierda", este post, de hecho, está a punto de cambiar.

Porque a comienzos de semana me pegué una tremenda desilusión laboral. Luego mi abuelo cayó en terapia intensiva. Como mi mamá estaba de vacaciones, le mentí por teléfono. En el medio ví por primera vez a mi bebé de ocho centímetros a través de la ecografía: movía el culito y se metía el dedo en la boca. Al día siguiente, el miércoles, resultó que mi abuelo, uno de esos presentes, de los que operan en el disco rígido de la infancia, falleció.

La pregunta entonces es qué tuvo ver el finado tucu-tucu con la muerte de mi abuelo.

Simple: la historia de la "ardillita" y el francotirador alivió al menos por un momento una semana cargada de emociones fuertes.

Igual, igualito a lo que pasó en este post.

martes, 18 de agosto de 2009

Gordis


Mariana es la chica a la que desde hace unos meses pago para que me ayude en la limpieza. Delgada y menudita, de pronunciación monocorde y nasal, viene a casa una vez por semana, a la mañana. Cobra 30 pesos más cuatro colectivos, lo que hace un total de 36,40. Toma mate, come galletitas, escucha "cualquier cosa menos noticioso", esconde los libros que encuentra sobre la mesa de luz y limpia decentemente. Es más grande que yo y se empecina en llamarme "señora María Eugenia".

-Nací sietemesina.

Fue lo primero que me contó. Rarísimo. Que yo sepa, la información neonatológica no indica demasiado: "Nací por parto natural", "Mi mamá me tuvo en una habitación doble", "Fui concebida en una lancha, mientras mis padres paseaban por la laguna Sauce Grande". No dice nada.

Sin embargo, más raro fue lo de hoy.

Amanecí mal. Me dolía la garganta, la cabeza, la espalda; la vida misma me dolía. Mi hermano el doctor Jhony diagnosticó anginas y recetó antibióticos. Al bebé, que ya cumplió 13 semanas abajo de mi ombligo, no le va a pasar nada, aseguró. Así, cerca de las 8 conecté la notebook, el pedorro módem de Claro y me puse a trabajar en la cama.

Cerca de las las 11 recibí un mensaje de texto. Era Mariana:

-Como andas gordis mañana nos vemos.

Se había equivocado de destinatario. Parecía que se dirigía a un novio, así que no contesté.

-¡Qué bueno! ¡Mariana tiene novio! Pobrecita, se la ve tan sola. Cuidando a su papá enfermo, a sus sobrinos. En buena hora que salga con alguien y haga la cochinada -maquiné.

Dos horas más tarde me llamó al celular.

-¡Mariana! ¿Cómo andás? ¿Todo bien?
-Sí, sí, gracias, señora. ¿Y usted? ¿Y el bebé?
-Bien, acá. Hoy un poco complicados porque tengo anginas. Pero nada grave.
-Ah. Por eso llamaba. Ví las ventanas abiertas -Mariana también trabaja en lo de El Jhony, que vive enfrente- y me imaginé que algo pasaba. ¿Quiere que mañana vaya igual? Hoy le mandé un mensaje. No me contestó, señora.
-¿Un mensaje? No, yo no recibí nada. Bah, sí, recibí un mensaje tuyo, pero uno que le mandabas a tu novio.
-¿Novio? Señora María Eugenia, yo no tengo novio. El mensaje era para usted.
-¡Ah! ¡Perdón! Como pusiste "gordis", pensé que...
-¿Acaso usted no está "gordis" ahora?
-...

viernes, 7 de agosto de 2009

La fiesta de la harina


Hace unos años un grupo de amigos y yo alquilamos una cabaña con salamandra en Villa Ventana. Fue "La fiesta de la harina". La denominamos así por la cantidad de tortas, masitas, pastas, tartas, escones, alfajores de maizena y demás manjares llenos de hidratos que metimos en el estómago.

Tan es así que una de las noches nos tiramos boca abajo, cada uno en su cama, a hablar de qué-es-lo-que-más-querría-que-le-pasara. Era mediados de julio, hacía frío y afuera sólo había ramas y gatos y una silenciosa y observadora nena de dos años, la hija del dueño de la cabaña, con un casco de pelo negro, tan pero tan voluminoso que daba sensación de oscuridad y vacío. La solución, por supuesto, era ingerir más harina: bizcochitos, bolas de fraile. Y salió esto:

1. Quisiera descubrir algo terriblemente novedoso: una vacuna, una forma de energía alternativa.

2. Ganar mucho dinero de golpe gracias a algo que generara admiración hacia mi persona.

3. Que mis números salieran en el Quini.

4. Me encantaría que en este momento viniera algún extraterrestre a comer una masita.

5. ¡A mí también!

6. ¡Y a mí! Pero yo además escribiría algo zarpado al respecto, lo vendería a una buena revista, iría con las mejores fotos, ganaría un Pulitzer y me haría rica y reconocida.

Todo lo que pasó en la Fiesta de la harina fue así: infantil, lúdico, serrano.

Sin embargo y aunque entonces no lo dije, desde que tengo memoria o al menos desde que menstrué por primera vez, lo que más he querido es tener un bebé.

Todo parece indicar que en unos meses lo voy a tener. Pero resulta que me muero de miedo. Tanto como por una vacuna o una nueva forma de energía que generen guerras, una proporción de fama y dinero que me agobien, un extraterrestre cuya inteligencia me mate o una constipación severa por exceso de harinas. O más.

Va en infinitivo: querer y temer.

Hormonal, bah.