Los que trabajamos en casa sabemos que hay ciertas reglas indispensables para que la cosa funcione.
- Tener una oficina o simple escritorio separado del lugar donde se come/duerme/hace pis.
- Respetar objetivos (el artículo terminado o el informe entregado, en mi caso) y cortar temprano.
- Usar Skype para hablar con marido, amigas y antiguos colegas.
- Escuchar a Chiche Gelblung por radio.
- Mirar para afuera.
- Salir al patio cada tanto.
- Hacer yoga.
Pero lo más importante es contar con un compañero. Como no hay gente de sistemas, secretarias, contadores, gerentes ni porteros que a una le ceben un mate o hablen del clima, un compañero es importante.
Por eso, yo tengo un árbol. Un fresno que veo directo desde el escritorio. Día a día me llena de grandes satisfacciones. Crece rápido y es bello y esbelto; mucho más que el de mis abominables vecinos. Lo adoro y sigo su evolución con detenimiento. Hace poco se puso amarillo como en la foto y quedó sin hojas de una mañana para otra. Para mí fue un día importante, como cuando alguien grita en una empresa y el puterío avanza a lo loco por las oficinas.
Además, dentro de poco el árbol me va dar otro día especial, porque está por llegar el momento de sacarle el tutor. Ya está grande y es tiempo de que el fresno enfrente solo el viento, la tierra y algún gorrión sobre sus ramas.
Así que no veo la hora. Falta poco para verlo como un árbol adulto y robusto. ¡Eso sí que va a estar bueno!