lunes, 12 de noviembre de 2012

Y qué

Hace tanto tiempo que no paso por acá que no sé qué puede ser más importante: que mañana me entero el sexo del nuevo bebé que tengo en la panza, que este mes hace un año que trabajo de lo que quiero y como quiero o que Antonia, a sus dos años, almuerza conmigo conversando de igual a igual. Desconozco si a alguien le interesa que hace un par de semanas compartí de muy-muy cerca la muerte de mi tío Eduardo y que entonces llegué a la conclusión (aplausos, por favor) de que muerte y vida son más o menos lo mismo. Que estoy por volver a emprender el tortuoso camino de cambiar de casa o que al fin, de una vez por todas, renové el carnet de conducir sin desaprobar. Pero no, creo que lo más importante que tengo para contar es que este blog perdura solamente porque no vale la pena esmerarse en remontar, que despedirse es de cocorita y poco tenaz. Y que al final, a nadie le importa.

lunes, 6 de agosto de 2012

Olor a tostadas


Me acabo de enterar que un amigo de hace años se convirtió en rock star. Siempre fue muy bueno con la guitarra y ahora se puso de novio con una cantante portuguesa muy famosa, a la cual produce y cuya banda integra. Termino de googlear, twittear, youtubear y facebookear todo el asunto y, creánme, mi amigo de hace años la rompe. Vive en Londres, pero viaja por todo el mundo subiéndose a escenarios que miran miles de personas. Aparece en los video clips de su novia y se lo ve contento, explotando su potencial, que lo tiene, y viviendo el mundo.


Pensaba en todo esto y me alegraba con la noticia cuando se me empezaron a cruzar algunos flashes informativos:

  • Mis puteadas cuando el basurero no pasa.
  • Las veces que intenté hacer una tortilla y no me salió.
  • La repugnancia hacia mis abominables vecinos.
  • La bronca porque Esteban entra a casa con las zapatillas con barro.
  • La batería del auto.
  • Mis manos feas y chiquitas.
  • Las reuniones de trabajo en las que se compite a quién más canchero.
  • El limonero que nunca me dio un limón.

Hasta que todo pasó. Bastó darme vuelta y ver a Antonia durmiendo la siesta en el sillón, redonda, sana y divertida (abrigada y tapada por Pato, Muñeca y Pocoyó) y recordar que antes de irse a trabajar, Esteban me había dado unos besos y me había abrazado y hasta hecho upa, para decidir que ya era suficiente. Que mi vida es geográficamente estática, pero está llena de encanto, olor a tostadas y amor. Y que con eso, todos contentos.

lunes, 4 de junio de 2012

Compañero de trabajo

Los que trabajamos en casa sabemos que hay ciertas reglas indispensables para que la cosa funcione. 

  • Tener una oficina o simple escritorio separado del lugar donde se come/duerme/hace pis. 
  • Respetar objetivos (el artículo terminado o el informe entregado, en mi caso) y cortar temprano. 
  • Usar Skype para hablar con marido, amigas y antiguos colegas.
  • Escuchar a Chiche Gelblung por radio.
  • Mirar para afuera.
  • Salir al patio cada tanto.
  • Hacer yoga.

Pero lo más importante es contar con un compañero. Como no hay gente de sistemas, secretarias, contadores, gerentes ni porteros que a una le ceben un mate o hablen del clima, un compañero es importante. 

Por eso, yo tengo un árbol. Un fresno que veo directo desde el escritorio. Día a día me llena de grandes satisfacciones. Crece rápido y es bello y esbelto; mucho más que el de mis abominables vecinos. Lo adoro y sigo su evolución con detenimiento. Hace poco se puso amarillo como en la foto y quedó sin hojas de una mañana para otra. Para mí fue un día importante, como cuando alguien grita en una empresa y el puterío avanza a lo loco por las oficinas. 

Además, dentro de poco el árbol me va dar otro día especial, porque está por llegar el momento de sacarle el tutor. Ya está grande y es tiempo de que el fresno enfrente solo el viento, la tierra y algún gorrión sobre sus ramas.

Así que no veo la hora. Falta poco para verlo como un árbol adulto y robusto. ¡Eso sí que va a estar bueno!


martes, 7 de febrero de 2012

Hace dos años era domingo


Hace dos años era domingo. Me levanté temprano y con calor. Me picaban mucho los pies y la panza, que como tenía a Antonia adentro parecía una fruta transgénica, una para que el diario titulara "Sorprendidos, chacareros cosechan una pera de diez kilos". A pesar del miedo y las molestias, sentía una inmensa euforia. Esa misma tarde, aunque era domingo, mi obstetra me iba hacer algo llamado "separación de membranas", algo así como un ingreso consentido a la dignidad misma de una embarazada. El objetivo era iniciar e inducir el trabajo de parto. Y así fue. A las cuatro de la tarde, con 40 grados a la sombra, estacionamos el auto con Esteban frente a un consultorio (y una calle y una ciudad) completamente vacío. La operación dolió, claro que sí, pero yo me sentí feliz, incluso en ese inquietante momento. Volvimos a casa y resolvimos salir a caminar, dando vueltas alrededor de la plaza de enfrente. Una, dos, tres vueltas. "Al bebé le hace bien", me habían dicho. Finalmente, oscureció. Cenamos liviano; pechuga de pollo con ensalada de lechuga, creo. Nada más ocurrió durante el resto de la noche. Pero a las ocho de la mañana del día siguiente... 

Y ya hace dos años.