lunes, 26 de diciembre de 2011

Postales navideñas

  • Antes de anoche en Navidad comimos: calamares a la provenzal (los hice yo), lenguas con cebolla y zanahoria, ensalada de tomate, lechuga y palta; papas con huevo y mayonesa, arrollado de pollo y arrollado de chancho acompañados de puré de manzana. Ensalada de fruta de postre, maní con chocolate, pan dulce y turrón. "Tal como quería Jesús", dijo Liniers.

  • Mi hermano El Jhony va a tener su primera hija mañana. Llega Emilia. 

  • Mi nuevo vecino escucha Radiohead. Qué alegrón. Quiero que su mujer y yo seamos amigas. Y que nuestros hijos jueguen juntos.

  • Recién nomás, mientras escribía el párrafo de más arriba, Antonia, que en febrero cumple dos, se acercó con el pañal en la mano y me mostró que adentro había una bola marrón del tamaño de una pelota de golf. "Caca", dijo.

  • Me pasé todo 2011 tratando de dilucidar cuál es la mejor forma de trabajar sin llorar de estrés y culpa. Muy de revista Ohlala todo el asunto. Van a hacer dos meses que trabajo desde mi casa escribiendo contenido web: blogs y otras yerbas. Ya tengo dos clientes fijos. Más algunas changas virtuales. Desde entonces miro con Antonia Pocoyo, hago yoga y tomo mate en el patio a la tarde preocupada porque el jazmín crezca derecho. ¡Oh La La!

  • Detesto la utilización de Internet (Facebook a la cabeza) como una plataforma para expresar felicidad. Para caretearla, bah. Está bien cada tanto y es lindo. ¿Pero todo el tiempo? ¿Siempre? Me aburre y no lo creo. Sin embargo, releo lo de más arriba y me parece que es lo mismo. Para el caso, tendría que haber escrito algo así:

en casa con la flía. lo mejor! aahhh, q feliz... 
:) :) :) :) :) :)  :) :) :) !!!
About an hour ago vía BlackBerry

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Envidia (y de la mala)

Tengo envidia (y de la mala) del césped de mis vecinos. Es perfecto. Parece una alfombra, un ejemplo de bienestar emocional. Tiene carácter y es tan verde somo una sopa de espinaca triturada. Debo admitirlo: me molesta. Tan es así que ayer opiné lo siguiente:

-Son unos grasas, estos. Usan fertilizante, riegan cinco veces por día. Con veneno para la tierra y miles de litros de agua potable cualquiera tiene un césped así. Les importa un pito el medio ambiente, manga de forros. Encima se dan el lujo de contratar un jardinero. ¿Quién se creen que son?

Pero ya pasó. Hoy me siento libre, transparente y sincera; creo que hasta huelo a vainilla. Todo por admitir que tengo celos. Más aún, por confesar que yo también quiero un césped bonito, húmedo y apto a vuelta carnero. Entonces, ¿qué hago? Eso mismo me pregunté esta mañana, así que agarré el auto, estacioné en el vivero y compré dos kilos de fertilizante.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Asociación libre

Antes de casarnos, Esteban y yo hicimos el curso prematrimonial, una serie de encuentros semanales entre diez parejas en los que se hablaba sobre la importancia de la familia. Fue ahí donde conocí a Gerardo y Marisa, ya casados y padres de tres hijos, quienes llegaron al final en calidad de oradores.

-Los métodos anticonceptivos no son aceptables para quienes deciden casarse por la Iglesias Católica -empezó él. Tenía unos 30 años y era alto, rubio y fornido. Ella estaba embarazada y sonreía con pocos dientes en forma constante.

Las diez parejas quedamos tiesas. En el encuentro anterior habíamos confesado que todas (repito: todas) convivíamos. Que ninguna tenía hijos, lo que llevaba a la conclusión de que hacíamos la cochinada con más o menos con frecuencia y, a juzgar por los resultados, con métodos anticonceptivos.

Entonces hice una asociación libre. Se me pudrió el cerebro. A favor o en contra, lo que había dicho Gerardo era coherente con la doctrina de la Iglesia, pero yo me lo imaginé junto a Marisa haciendo la porquería dentro y fuera de su casa, adelante de sus vecinos, a toda hora y a todo motor, salvajes y dignos de un documental de Discovery Channel sobre época de apareamiendo. Sin ningún motivo, asocié la anticoncepción con una porno. Chicha y limonada. Cualquiera, bah.

El curso prematrimonial continuó sin que ninguno de los presentes confesara cuán asidua e histórica era su actividad sexual: todos, sin excepción, mantuvimos una inexpungable cara de zota. Finalmente, Gerardo y Marisa se retiraron de la sala. Yo quedé convencida de que al llegar a la vereda se desnudaron y pegaron como perros.

Y quién dice. A lo mejor lo hicieron. Porque casi tres años más tarde, ayer me los crucé en el jardín de mi hija. El manejaba una rural; ella iba embarazada, con no menos de seis chicos apilados en la parte de atrás del auto.

Una vez más y sin explicación, se me pudrió el cerebro.

sábado, 29 de octubre de 2011

El corset

Cuando tenía 14 años me tuve que poner un corset. Una especie de chaleco de plástico que recubría todo mi torso abajo de la ropa. Tenía escoliosis y había que poner "un tutor al arbolito por un par de años". Ese era el espantoso y estúpido eufemismo que usaban los médicos. El corset era en realidad una armadura. Mi hermano me llamaba Terminator. Sentía tanta vergüenza que durante dos años suspendí campamentos, salidas, tardes de playa, ir a dormir a lo de las amigas. Tenía terror de que alguien me abrazara y, como ocurrió una vez, me dijera, "Ay, ¡¿qué tenés?!". Me volví mala. Malísima. Si me lo sacaba para bañarme o simplemente descansar, lo guardaba abajo de la cama para no verlo. Con el tiempo le hicieron un recorte a la altura del pecho, para permitir que mis lolas crecieran con normalidad. Entonces dormía boca arriba, con las manos en posición de rezo, pero al revés. Así conseguía tocar cuerpo, algo normal, en lugar de plástico. Pasaron 16 años y cada tanto me despierto con las manos en esa posición. Hoy fue uno de esos días.

domingo, 2 de octubre de 2011

Los chicos de Sistemas


Por algún motivo inexplicable, los chicos de Sistemas de la empresa donde trabajo, Gonza, Ale y Marce, te obligan a rendirles pleitesía.

  • Si querés que te instalen el Windows 7, les tenés que llevar una docena de facturas. Pueden ser sandwiches.

  • A las tres de la tarde, todos los días sin falta, te tenés que acercar a su oficina a servirles un té.

  • Los tenés que mantener informados acerca de todo lo que sepas extraoficial relativo a la empresa.

  • Y te tenés que reir de sus chistes. Como el del sobrenombre que le pusieron a un compañero del piso de abajo, "Peceto", solamente porque el tipo es muy tranquilo y, en consecuencia, no tiene nervios.


  • Pues el otro día fui yo la que cayó en desgracia. Habíamos compartido un casamiento, el de uno de ellos, Gonza, donde había habido bastante champagne, baile y diversión de la buena. Cuando el novio volvió de la luna de miel, nos juntamos unos cuantos en la oficina de Sistemas, incluyendo al director general de empresa, y ocurrió lo siguiente.

    -Ya tengo las fotos del casamiento -contó Gonza.
    -¡Buenísimo! ¡Traelas! -dije.
    -No sé, Lelé. No sé si vas a querer que las traiga.
    -¿Por qué?
    -Porque en una aparecés con el vestido corrido.
    -¡¿Hjkjgsuguitsrruqué?! ¡¿En serio?! ¿¡Se me vio una ttttett...!? No puedo soportar esto. Chau. Me voy.

    Y me fui a mi casa, escuchando cómo todos se morían de risa. En ese momento me puse colorada. Dormí colorada. 24 horas después, cuando ya pensaba en llamar al dermatólogo por tanta rosácea, pasé de largo por la oficina de Sistemas. Cinco segundos después escuché un grito:

    ¡¡¡Era mentira!!!

    sábado, 17 de septiembre de 2011

    Con vista al ombligo

    Semanas ocupadas, las últimas. Si miro para abajo, en dirección a mi ombligo, esto es algo de lo que quedó:

    1. Mi hija come alcauciles. Me pone contenta.

    2. Continúo en mi trabajo habitual, pero volví a escribir. Desde hace un tiempo redacto páginas web y otros contenidos, como por ejemplo: ¡blogs!

    3. Cerca mío hay dos personas, dos mujeres, que no me quieren. Lo percibo. Es obvio, bah. Juro que nunca más las voy a invitar a tomar la leche a mi casa.

    4. Engordé un par de kilos. Ando culoncita y con cierta barriga.

    5. Ayer, cuando la directora del jardín de mi hija me dijo "Antonia es un amor, es buena y se integró bárbaro con los chicos" sentí eso de "M'hijo el dotor".

    6. Fumé algunos cigarrillos en las últimas semanas: cuatro o cinco, no más. Los disfruté.

    7. Hoy en el supermercado dos tipos me gritaron un piropo. ¡En buena hora! Hace bien al espíritu que cada tanto a una le digan una barbaridad.

    8. Odio mi auto.

    9. Aunque suene a lugar común, me alegra que broten los árboles en primavera. Por lo mismo, me saca de quicio que el limonero del patio no me de un puto limón para ponerle a la Sprite.

    10. Mi vecino tose como Shrek con tuberculosis. Es desagradable.

    domingo, 14 de agosto de 2011

    Novedades

    Alguna vez leí por ahí que para que un blog funcione tiene que estar actualizado. No importa si lo que aparece es una nueva receta para el café con leche o un relato pormenorizado del diálogo que (increíblemente) se tuvo con el kiosquero. Lo importante es la novedad. Pues he aquí la actualización de este blog. Hoy, con ustedes: ¡la nada misma!.

    martes, 12 de julio de 2011

    Horacio


    Cada dos por tres, Horacio se levanta, toma un mate y sale a la calle al grito de:

    -¡¡¡VIVA PERÓN, CARAJO!!!

    Vecino de mis viejos desde hace 40 años; voz ronca, fuerte e inconfundible, Horacio es un excelente asador y amigo, culto e interesante: muy querible y valorado dentro de mi familia. También es profundamente antiperonista. Sus cánticos y alusiones a Juan Domingo cada vez que amanece soleado (“¡¡¡PERO QUÉ MAÑANA MÁS PERONISTA!!!”) son una parodia, una caricatura, un numerito irónico que monta desde hace años. Décadas, en realidad. Horacio es un caso de estudio, sí.

    Como sea, aquel día lo tuve que llamar. Estaba asustada. Había ido a visitar a mi papá y nadie atendía la puerta. Desde afuera se veía el auto, el perro. Hacía poco que mi papá había perdido el oído izquierdo, pero que no escuchara mis golpes era demasiado.

    -Horacio, ¿sabés algo de mi papá? –le pregunté.
    -No, che. Pero no escucha nada y duerme como un lirón. ¿Tocaste el timbre?
    -Sí, a lo pavote. Pero no pasa nada. Timbre, puerta, ventana: todo toqué.
    -Ah la pucha…

    A los pocos minutos se había formado una congregación frente a la casa mi papá. Horacio, mi marido Esteban, María Ester (otra vecina) y yo. Los nervios crecían. Mi mamá estaba de viaje. Me imaginaba llamándola, diciéndole que… “Hola, mami, tkusghdfuispapighnoséiufhisudf…”.

    Esteban se subió al techo y pataleó en la habitación de mis viejos, donde pensábamos que mi papá podía estar durmiendo la siesta. Después bajó al patio y golpeó la puerta trasera. Nada. No pasaba nada.

    Desesperada, me prendí al timbre por última vez.

    En eso, un ruido.

    -¿Quién es? –preguntó mi papá bajito, con voz de dormido.

    Horacio no se pudo contener. Infló los pulmones y gritó con todas sus fuerzas:

    -¡¡¡¡¡¡¡ESTÁ VIVO!!!!!!!

    miércoles, 15 de junio de 2011

    Desbarajuste

    Madrugada de un día de semana. Cinco y media de la mañana, más o menos. Afuera cae una helada. Adentro la temperatura es suficiente y amable. Duermo, duermo bien. En eso, Antonia llora. Resignada y mecánica me levanto y dirijo a su habitación. Me espera parada en la cuna, agarrada de los barrotes. La levanto, llevo a un sillón y apoyo contra mi pecho. Balanceo y entono el mantra: "Hahaá-hahaá... hahaaá-hahaá". Diez minutos, quince; media hora. Antonia se duerme.

    Espero un tiempo prudencial, el suficiente para que no haya cambios en la rutina. El indispensable para evitar un desbarajuste. Con respeto y pleitesía deposito a mi beba de un año y cuatro meses sobre el sillón, en el exacto lugar que mi cola acaba de dejar. De esa manera le garantizo calidez y solvencia onírica por un rato más.

    La operación resulta un éxito. Antonia sigue durmiendo. Despacio, casi sin respirar, me dirijo al baño y siento en el inodoro. Hago pis. Me regocijo pensando que quedan al menos dos horas de sueño. Pienso y libero y siento un ruido. Un sonido torpe y bajo, como de alacena. La ventana del baño me permite cierta visión. Parada en la puerta, enana, redonda y preocupada, Antonia camina tambaleante en dirección a mí. Se saca el chupete y dice:

    -¡¿Tucuá?!

    martes, 7 de junio de 2011

    Tiempos modernos


    Estoy en una de esas semanas... Una de esas que seguro-seguro me voy a acordar por un buen tiempo. Porque resulta que agarré coraje y mandé todo a la hiedra. Con "todo" me refiero a una cuestión menor, que quede claro. Pero eso sí: me preparé. Y fui moderna, además. ¿Que qué hice? Lo que se hace hoy en día. Unos días antes rompí el chanchito y fui al psicólogo. Nunca había ido a uno. Me encontré con una señora muy mona. Flaca, inteligentísima, me invitó a pasar y miró de una manera servicial, como diciendo "Bueno, vos dirás". Y dije. En forma, dije. ¿El lugar? Sala a la calle, dos silloncitos. Un diván, claro. No, che, no me acosté. Solamente apoyé la cartera y campera. Fue raro: me sentí cómoda. El caso es que la pócima surtió efecto. Creo, bah. Ahora ando parlanchina, sonriente. Cada tanto una risotada. No me van a decir que no es super moderno todo esto... ¿Que no? ¿Que espere un poquito?

    Oia.

    sábado, 28 de mayo de 2011

    Nada, che

    No he llegado a ninguna conclusión en los últimos días sobre ningún aspecto de la vida y el mundo. Buenas tardes.

    sábado, 14 de mayo de 2011

    Deuda saldada


    Todos los años paso una gran vergüenza. Una sola. La de 2010 la conté acá. Y la de este año ya está hecha. Lo cual es una suerte, porque de acá a fin de año tengo garantizado un tiempo de aceptación social. Quiero decir: es imposible superar el papelón que hice el otro día. Im-po-si-ble.

    Llegué a la oficina con ganas de llorar por un problema menor que no puedo contar acá. Así que me metí en el baño, cerré la puerta, senté en el inodoro y activé la glándula lagrimal. A moco tendido. Salí, me miré al espejo y dirigí a mi escritorio con muchísima, pero muchísima pena por mí misma. Estaba para el cachetazo.

    Eso fue tipo de nueve de la mañana. A la diez tenía una reunión por teleconferencia, una de esos encuentros muy cool con gente dispersa por la Argentina que se mira a la cara a través de LCDs. Ahí estaba yo, sola, apoyada en una mesa enorme y sentada en una de las 30 sillas del lugar.

    Empezó la reunión. Qué patatín, patatán. Que "cómo estamos, cómo nos sentimos, cuánto disfrutamos el trabajo". Me empecé a poner nerviosa. En algún momento iba a tener que hablar.

    -A ver, por favor -interrumpió el jefe-. Me interesa particularmente la opinión de Lelé.

    Entonces fue el momento vergonzoso de 2011. Apoyé los codos sobre la mesa y tapé la cara con las palmas de las manos. ¡Claro que sí! Hice un auténtico puchero y me largué a llorar.

    ¿Que cómo remonté la escena? No lo hice. Lloré. Y lloré un poco más. ¿Si me cavé la fosa? Capaz.

    Pero estoy más tranquila. Hasta diciembre quedan casi siete meses de paz. No hay forma de superar esto. La deuda 2011 está saldada.

    viernes, 29 de abril de 2011

    La verdad de la ensaladera


    No me lo contaron. Las vi desde el patio. Una de mis vecinas le devolvía a otra una ensaladera por arriba de la mediasombra. Era obvio. Habían compartido una comida con sus familias. Probablemente un asado. Con ensalada, claro, y postre. Sin invitarnos ni a Esteban ni a Antonia ni a mí.

    ¿La causa de semejante desaire? Algunas posibilidades:

    1. Esteban y yo nos negamos a hacer una perforación de agua conjunta.
    2. Antonia gritó demasiado fuerte.
    3. Renuncié a la comisión directiva de la sociedad de fomento.
    4. Nos burlamos a los gritos de La Marmota.
    5. Esteban eructó mientras cortaba el pasto.

    Al margen de que estoy casada, tengo una hija y opino voluminosamente sobre escándalos como el de Juana Viale y Martín Lousteau, dudo tener demasiados puntos en común con mis vecinas. No creo que conozcan a Radiohead ni sientan ternura (y un poquito de otra cosa) por Dr. House. Tampoco que disfruten con locura de una ensalada de achicoria bien amarga. Como sea, este desprecio es inadmisible.

    Pero está a la vista. Es la verdad de la ensaladera. Se avecinan tiempos difíciles.

    viernes, 8 de abril de 2011

    El bollo


    Se había ido de viaje un par de días por trabajo. Había tomado un avión en Buenos Aires a las seis de la mañana y pasadas las 7.30 llegaba a su casa en taxi. A la distancia, la imagen del lugar que compartía con su mujer y su bebé formaba un lindo fondo de pantalla. El pasto húmedo de otoño, el sol legañoso, el auto estacionado en la puerta; hasta las bolsas de la basura quedaban bien. Sintió alegría.

    -Es por ahí –indicó al taxista-, donde está el auto gris. El auto gris… chocado.

    Estaba fresco, unos diez grados, pero a él le agarró calor. Se le calefaccionó el cuerpo.

    -¡¿Qué hizo esta piba?! ¿¡Cómo no me dijo nada!? –pensó.

    Pagó al taxista, bajó del auto y tocó la puerta de su propia casa. Dormida y con el olor del bebé que acababa de dejar sobre la cama grande, abrió su mujer.

    -Espero que hayas tomado el número de la patente –dijo él.
    -¿Eh? ¿De qué patente?
    -La del tipo con el que chocaste.
    -¿Qué? ¿Qqqqué ccchhoque? ¿Qqqué?

    El patio estaba mojado por la bruma y ella en pijama y zoquetes, pero igual salió. Se asomó al baúl y lo vio: un vistoso y sólido bollo se intentaba meter adentro del auto.

    Y ella entendió. Rapidito entendió. El pequeño golpe que había dado el día anterior contra la pared de la cochera de su trabajo, ese que no había parecido nada, el que sólo había sonado como un “ppuum” bajito e inofensivo, era ahora un contundente y decidido bollo en el baúl del auto que habían comprado unos meses antes.

    ***

    Ayer fui al chapista a pedir el presupuesto: 1.200 pesos va a salir la joda. Que me arreglen el orgullo va a costar un poco más.

    miércoles, 30 de marzo de 2011

    Inseguros


    1. Que alguien me explique que no es necesario llorar cuando en el trabajo me preguntan cómo estoy.

    2. Que alguien le diga al boludito ese que no tener título universitario no es un problema; que ser gordo y petiso, tampoco; que hablar feo es algo que se puede revertir. Que no es necesario portarse como una cucharada de moco verde en todo momento, a toda hora.

    3.
    Que alguien escriba un libro de autoayuda que se llame "Cinco años", o sea, uno en el que se explique por qué un lustro es el límite para revertir una situación de esas, cómo llamarlas, no sé: ¿duraderas? ¿crónicas? Laborales, amorosas, geográficas; una de esas que tienen que ver con la voluntad. Que pasado ese plazo los quejosos deben joderse, callarse o irse a dormir con un té de tilo por el resto de sus vidas. Que cinco años es el límite.

    4.
    Que alguien le asegure a mi bebita Antonia que cada vez que me voy a trabajar, vuelvo.

    5.
    Que alguien le diga a Pili que el jean chupin le queda muy bien.

    6. Que alguien tranquilice a mi hermano El Jhony y le diga “basta, ya es suficiente, no es necesario que pongas en Facebook todas las corvinas que pescás; está claro: sos un excelente pescador”.

    7.
    Y ya que estamos con Facebook, que alguien se anime y ponga en su muro: “Hoy no fui feliz. Hoy no me reí a carcajadas en toda la mañana. Hoy no reviví un viaje asombroso ni salté de alegría ni me vi linda ni recordé con inmensa dicha un dibujo animado de la infancia".

    8. Que alguien ¡por favor! me ayude a tomar una decisión.

    sábado, 19 de marzo de 2011

    Equivocados


    Íbamos en el auto por un camino de ripio lleno de libres diminutas, arroyos, paredones cordilleranos, cascadas, casas de artesanías con exquisito licor de rosa mosqueta y araucarias. El Circuito Pehuenia. Por ahí andábamos con Esteban y Antonia, que se entretenía en silencio en la sillita de atrás comiendo un pelón entero de a poco, como un ratón, con los únicos dos dientes que tiene. Hacía por lo menos 45 minutos que yo no cuestionaba la manera de manejar de mi marido. Entonces dije:

    -Qué increíble el tiempo y energía que dedicamos a trabajar. Horas y horas para llegar a casa con la cabeza quemada. Es como si viviéramos distraídos, alienados.
    -Equivocados. Es como si viviéramos equivocados –dijo Esteban

    viernes, 28 de enero de 2011

    Los aros


    Pili era la que estaba parada atrás de la pasarela. Tenía que sacarle y ponerle los aros de plumas y piedras a las modelos, arrearlas para que salieran a tiempo, acomodarles los breteles. La situación era extraña. Por primera vez Pancho Dotto dejaba Punta del Este en pleno enero y se trasladaba con Dolores Barreiro y otras de sus modelos a una recóndita playa del sur bonaerense llena de aguasvivas: Monte Hermoso.

    Y ahí estaba Pili, a los gritos, que a pesar de su inexperiencia se las rebuscaba muy bien.

    -¡¡Chicas por acá!! –gritaba.

    Las modelos, flaquísimas, bellas y subidas a tacos imposibles, obedecían todas.

    Salvo Bernardita, la hermana de 16 años de Dolores Barreiro. Eufórica, la chica pegaba pequeños saltos en la trastienda del desfile e iba y venía como en una especie de limbo fashion.

    -¡¡Chicas!!¡¡Esta pasada va sin aros!! ¡¡Por favor dénmelos a mí!! –gritó Pili en la mitad del desfile.

    Una a una, las modelos se ubicaron en fila y le entregaron los aros en la mano. Hasta que pasó Bernardita. Como en una coreografía de Susana Giménez con los Susanos(una de esas en las que la diva baja la escalera), la chica levantó los brazos y revoleó los aros al piso: uno fue a parar la izquierda y el otro a la derecha. Los ojos de Pili terminaron como los Néstor Kirchner. Finalmente levantó uno de los aros y su humillación descendió al 50 por ciento. Cinco minutos más tarde se paró frente a ella otra modelo, una cuyo nombre desconozco, y con una sonrisa irónica se burló de su compañera y le dio el otro aro a Pili.

    -Me parece que a alguien se le cayó esto -dijo.

    martes, 18 de enero de 2011

    Tiesos


    La del sábado era una típica mañana de playa en Monte Hermoso: aguasvivas, mate, gente caminando al faro ida y vuelta y cientos y cientos de comentarios sobre el clima, la inseguridad, la inflación, el tumor de tal o cual y cuán bueno está el licuado de durazno que venden en el parador.

    -Che, ¿qué es eso? –preguntó de repente mi hermano El Jhony.

    Dos varones de unos 17 años se daban besos de lengua parados a pocas reposeras de distancia. Flaquísimos, entremezclaban sus brazos largos y huesudos y seguían, dale que va, a puro beso y caricia.

    -Ah, mirá –dije yo.
    -Está perfecto. Están enamorados y se expresan –agregó mi amiga Pili.
    -¡¡Paren de mirar, loco!! –se retaban entre sí un grupo de porteñas que recién había llegado a Monte Hermoso.

    Los chicos se dieron un par de besos más y se fueron de la mano. Nosotros nos quedamos comentando la escena. A la tarde, promediando los mates, volvimos a hablar sobre ellos.

    Y me quedó una conclusión. Una austera y primera conclusión. Y es que hoy somos muchos los que decimos y pensamos que cada quien hace lo que puede, quiere, lee, ve, y más verbos que terminan con e, pero basta que se nos presente a los ojos algo distinto que nos quedamos tiesos como liebre encandilada con luz de auto. ¿Me equivoco?

    martes, 4 de enero de 2011

    Mirar


    Pasaron la noche de Año Nuevo de a tres. Ella, ella y él, fumaron marihuana y bailaron y cantaron a los gritos en un balcón. Si no me falló la vista, lo que comieron fue sushi. Cada dos por tres veo a un tipo que hace asados en un chulengo. Lunes, martes, cualquier día es bueno para tirar un pollo o unos chorizos. Lástima que usa carbón en lugar de leña. La kiosquera tiene un loro que canta la marcha peronista. Mis vecinos se compraron una pelopincho redonda; una que parece un estanque de campo de plástico. Víctor tiene 63 y vive solo en un chalet con alero. Día por medio lo barre, porque detesta que se le junte la tierra: “Me vuelve loco”, dice. Desde que asesinaron a su marido, a la señora que vive al lado de lo de mi mamá se la ve muy poco. En la oficina hay un tipo que juega al Tetris todo el tiempo y me irrita.

    Que alguien me explique por qué miramos tanto al de al lado. En la calle, la casa, el trabajo y ¡claro que sí! en la computadora. Quizá por eso Facebook vale hoy 57 mil millones de dólares.