miércoles, 28 de mayo de 2008

Noche de miércoles

--Que es esto
--Janis Joplin.
--Le da como loca a la voz y esta re bueno.
--Se murió de Cirrosis. Te tenés que quemar un hígado, ¿eh?
--Capaz que chupaba desde los seis... ¿Helará mañana? Hoy hizo mucho frío.
--Sí, boludo, un fenómeno inexplicable.
--Tengo el calefactor en el pasillo y es tiro natural, no balanceado. Me congelo, chabón. Y eso que no dormí con el calefactor al palo. Por lo menos no se apagó desde que lo prendí. El termotanque tampoco.
--Ah, es termotanque.
--Sí, pero si no tengo el plumón la paso muy mal.
--Por ahí con un burlete.
--Sí, pero no se si es seguro.
--¿Por?
--Porque el calefactor se come el oxígeno de adentro. Es un quincho con una habitación y un lavadero. Sospecho que vivo en un quincho. La cocina es una mierda. Decí que apenas la uso. Y el horno apenas cierra. Pero me chupa un huevo. Me tengo que comprar una cortina. Me parece, boludo, que el aguinaldo lo voy a reventar en la casa esa.

(Esteban y Nico, en este momento, con una copa de vino en la mano. Yo tirada a un metro, con los pies del lado del calefactor: hoy fue el primer gran-sentido frío del año).

--Vi una película... no me acuerdo, de un ex integrante de los rolling, Brian Empstein, algo así.
--Puede ser, no me suena.
--Es cualquiera el chabón, onda Jim Morrison.
--Tipo biopic.
--Bueno, me retiro muchachos.
--Para que Maru no terminó de escribir.
--Hay otra banda de esa época.
--¿Cual?

jueves, 22 de mayo de 2008

Titanic

Quien no se ha reído solo mientras camina por la calle. Quien no ha apretado los labios para que no se note que se está a punto de gritar de carcajadas. A mí me pasa de lo más seguido. Pero hay escenas que sobresalen en el backup de las risotadas solitarias. Yo tengo un episodio de hace unos siete años que no hay caso, che, cada vez que me acuerdo me tengo que morder el labio inferior.

Mis amigas y yo estábamos por entrar a un boliche en cuyo ingreso se había formado un tapón de gente, camperas, patovicas y maquillaje. Hacía un frío inncesario y se escuchaban gritos, de cerca y de lejos; incluso eructos. Hasta que se complicó. Desde el fondo empezaron a empujarnos a nosotras, que estábamos muy cerca de la entrada, hacia la panza del patovica que se paraba con las piernas abiertas y los brazos cruzados. Entonces mi amiga Chilli empezó a gritar como una andaluza:

--¡¡Mujeresh y niñosh primero!! ¡¡Mujeresh y niñosh primero!!

Ni el patovica se aguantó de abrir la boca para soltar la tentación. Es más, desanudó la cuerda que impedía pasar y nos dejó entrar al boliche. Di unos pasos, me di vuelta y lo vi: el tipo se reía solo.

martes, 13 de mayo de 2008

Oda al bebé

Siempre me gustaron los bebés. De chica, jugaba a la mamá en forma exhaustiva. Incluso le proponía a mi amiga y vecina Anita, y ella accedía, que jugáramos cada una en su casa. Que imagináramos que eramos sendas mamás que cuidaban a su bebitos solas y que cada tanto se visitaban mutuamente. Nunca había un hombre de por medio. Me gustaba pensar que mi casa era muy pequeñita, cálida, que se tomaba café con leche en tazas blancas y que había olor a tarta de manzana con canela. Entonces, cerca de los ocho, resolví que sería madre a los 24.

Cuatro años desfasada, hoy a la mañana me sentí una loba, pero sin Rómulo y Remo. Como no tenía ganas de estar en el diario, me fui a la Municipalidad, donde trabaja Beti, la jefa de Prensa, una bonsái de señora de un metro cuarenta cuya voz se corresponde con esa estatura. Adorable. Sin embargo, cuando la encontré me importó un carajo su presencia, la agenda del día, mi trabajo, la mañana que se hacía mediodía y demás estupideces: Beti tenía a upa a Isabella, la beba de un mes de Mario, uno de mis compañeros de trabajo preferidos.

Ni pregunté. Expropié a la criatura y le dije a Mario, que estaba ahí, que la nena no volvía al cochecito en todo lo que quedaba de la mañana. Que se quedaba conmigo y en brazos.

La beba tiene dos pelotas de árbol de Navidad al lado de la boca. Los ojos alargados, grandes, negros y brillantes. La nariz, ínfima, se le hunde como los botones de un sillón mullido. Debe medir 40 centímetros, pero para ulcerarme de ternura... ¡se encogía! Se retorcía sobre sí misma en posición fetal. Tenía pedos, claro. No sé de dónde me salió la solución al conflicto, pero lo resolví con tanta hidalguía que creo que se debió al magister en juego a la mamá que llevo adentro. Puse a la nena boca abajo y le di palmaditas con pequeños movimientos hacia arriba y abajo. No sólo se calmó, sino que se durmió. Después llegó la mamá, halagué lo que había engendrado y se la devolví.

Muchas veces me pregunté por qué me gustan tanto los bebés. Amigas, padres, abuelos enfermos, todos me preguntan lo mismo desde que menstrué por primera vez: cuándo voy a tener uno. A medida que me alejo cada vez más de los 24 yo también me pregunto cuánto más seguiré con esta abstinencia maternal. A esta altura ya es contra natura.

jueves, 1 de mayo de 2008

¿El trabajo dignifica?

Conozco a alguien que marca tarjeta en una empresa desde hace 30 años y que dice que el trabajo no dignifica. Que lo dejen de joder: que el trabajo no dignifica una mierda, que es un concepto post revolución industrial para la clase baja. Que la gente que piensa, la que decide, esa gente nunca trabajó.

Hoy es el Día del Trabajo, el único feriado, junto con Navidad y Año Nuevo, que tenemos en la redacción.

Y yo hice lo de todos los días de "nana": me desperté tipo diez, tomé un café con leche con vainillas que me trajeron a la cama y seguí reposando, aplastada como un pato, contenta porque más tarde comería un lindo asado, escribiría mi proyecto de novela, iría a caminar; en fin, "nana".

Me sentí muy digna. Y ya sé que sin aquello no habría esto y que los ingredientes del tiramisú para el almuerzo de hoy los pagué con el sudor de mis dedos y que menos mal que tenés un trabajo que encima te gusta y que del uno al cinco cobrás, y que más vale que no te quejes y pienses que hay gente que no tiene nada y subsiste con subsidios del submundo y que sos una desagradecida horrible.

En el post de más abajo decía que el instante en el que me despierto no es un buen momento. ¡Es que pienso en todo esto! Pero enseguida arranco.

El despertador suena a las 8.20 y es un autoengaño. Sigo. Los lunes y miércoles, hasta las 9. El resto de los días, un poco antes.

Hago un canelón con las colchas y me siento como colicué, desabrigada...