viernes, 19 de noviembre de 2010

Medicina privada


-Qué bárbaro, este Francella.

El televisor de la sala de espera pasaba Casados con hijos y Mariel soltó el comentario. Edgardo acató con una sonrisa y relojeó su Blackberry. Mariel y Edgardo eran perfectos desconocidos y esperaban en el consultorio de un médico al que ambos iban más o menos seguido. Estaban en una cita a ciegas. Unos días antes, al doctor se le había ocurrido que dos de sus pacientes cuajaban, así que les habló a uno del otro, les dio turnos seguidos y los hizo esperar. Los hizo esperar mucho.

-¡Jjajaja! –se reía Mariel, atenta a su circunstancia.
-No puedo creerlo –arrancó Edgardo.
-Es raro, sí.
-Pero bueno, hay que hacerse cargo. ¿Te puedo llamar?

Un par de días después la llamó y la invitó a salir. Fueron a un bar. Y después a otro. Charlaron cómodos, la pasaron bien. A las 5.30 estaban estacionados frente al departamento de ella.

-¿Vamos a otro lado? –preguntó él.
-¿A esta hora? No creo que haya muchos lugares abiertos.

Edgardo pasó y besó. E hicieron la cochinada, sí.

El otro día cené con Mariel y otras amigas en un restaurante. Esperábamos la entrada cuando a ella le sonó el teléfono. Era Edgardo. Hablaron muy amablemente: que cómo te fue, que qué bárbaro este médico, que qué bien la pasamos, que te llamo en estos días. Mariel estaba colorada y se hiperventilaba con las manos. Como toda amiga de bien, contó detalles de la charla en la sala de espera, del aspecto y forma de ser de Edgardo. Y terminó:

-Recién por teléfono dijo “tenía ganas de escucharte”. Un poco fuerte, ¿no?

jueves, 4 de noviembre de 2010

Imperdonables

Comprarse una remera negra Adidas original y mancharla con lavandina el mismo día del estreno.


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Manejar con el marido en el asiento del acompañante y, por temor al equívoco, romper espejos y estacionar para el ort%&$%.

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Dejar escapar sin chequear una falta de ortografía.

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Decirle al gerente de la empresa donda trabajás:
-Yo pertenezco a la generación que cuando se harta de una condición no espera demasiado. Si ve que la cosa no cambia, busca otra cosa y se va. A esa generación pertenezco.

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Hacer una escena de celos por Internet, vía blog.

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Acariciar en la cabeza al vecinito de tres años que grita, grita y grita como un sindicalista reclamando paritarias.

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Atender a un vendedor ambulante desconocido en la puerta de la casa y mantener el siguiente diálogo:
-Buen día, señora. Tengo estos repasadores para ofrecerle.
-¿A ver?
-Ayer pasé a la mañana y no había nadie.
-Ah noooo... ¿Sabe qué pasa? Que a la mañana es imposible. Hasta las cinco, más o menos, acá no hay nadie.

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Dejar a la bebita de ocho meses sola arriba de la cama grande y que se caiga de cabeza al suelo.

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Tener 15 años y decirle a tu mamá:
-Vos no sabés nada de la vida.

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Gastar 80 pesos en dos chupetes de origen inglés.

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No invitar a Marito al casamiento por temor al enojo del resto del equipo.

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Decirle a alguien que durante un tiempo te cagó la vida:
-Me cagaste la vida.

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Tener un blog y no atender amablemente los comentarios.