sábado, 28 de mayo de 2011

Nada, che

No he llegado a ninguna conclusión en los últimos días sobre ningún aspecto de la vida y el mundo. Buenas tardes.

sábado, 14 de mayo de 2011

Deuda saldada


Todos los años paso una gran vergüenza. Una sola. La de 2010 la conté acá. Y la de este año ya está hecha. Lo cual es una suerte, porque de acá a fin de año tengo garantizado un tiempo de aceptación social. Quiero decir: es imposible superar el papelón que hice el otro día. Im-po-si-ble.

Llegué a la oficina con ganas de llorar por un problema menor que no puedo contar acá. Así que me metí en el baño, cerré la puerta, senté en el inodoro y activé la glándula lagrimal. A moco tendido. Salí, me miré al espejo y dirigí a mi escritorio con muchísima, pero muchísima pena por mí misma. Estaba para el cachetazo.

Eso fue tipo de nueve de la mañana. A la diez tenía una reunión por teleconferencia, una de esos encuentros muy cool con gente dispersa por la Argentina que se mira a la cara a través de LCDs. Ahí estaba yo, sola, apoyada en una mesa enorme y sentada en una de las 30 sillas del lugar.

Empezó la reunión. Qué patatín, patatán. Que "cómo estamos, cómo nos sentimos, cuánto disfrutamos el trabajo". Me empecé a poner nerviosa. En algún momento iba a tener que hablar.

-A ver, por favor -interrumpió el jefe-. Me interesa particularmente la opinión de Lelé.

Entonces fue el momento vergonzoso de 2011. Apoyé los codos sobre la mesa y tapé la cara con las palmas de las manos. ¡Claro que sí! Hice un auténtico puchero y me largué a llorar.

¿Que cómo remonté la escena? No lo hice. Lloré. Y lloré un poco más. ¿Si me cavé la fosa? Capaz.

Pero estoy más tranquila. Hasta diciembre quedan casi siete meses de paz. No hay forma de superar esto. La deuda 2011 está saldada.