martes, 13 de mayo de 2008

Oda al bebé

Siempre me gustaron los bebés. De chica, jugaba a la mamá en forma exhaustiva. Incluso le proponía a mi amiga y vecina Anita, y ella accedía, que jugáramos cada una en su casa. Que imagináramos que eramos sendas mamás que cuidaban a su bebitos solas y que cada tanto se visitaban mutuamente. Nunca había un hombre de por medio. Me gustaba pensar que mi casa era muy pequeñita, cálida, que se tomaba café con leche en tazas blancas y que había olor a tarta de manzana con canela. Entonces, cerca de los ocho, resolví que sería madre a los 24.

Cuatro años desfasada, hoy a la mañana me sentí una loba, pero sin Rómulo y Remo. Como no tenía ganas de estar en el diario, me fui a la Municipalidad, donde trabaja Beti, la jefa de Prensa, una bonsái de señora de un metro cuarenta cuya voz se corresponde con esa estatura. Adorable. Sin embargo, cuando la encontré me importó un carajo su presencia, la agenda del día, mi trabajo, la mañana que se hacía mediodía y demás estupideces: Beti tenía a upa a Isabella, la beba de un mes de Mario, uno de mis compañeros de trabajo preferidos.

Ni pregunté. Expropié a la criatura y le dije a Mario, que estaba ahí, que la nena no volvía al cochecito en todo lo que quedaba de la mañana. Que se quedaba conmigo y en brazos.

La beba tiene dos pelotas de árbol de Navidad al lado de la boca. Los ojos alargados, grandes, negros y brillantes. La nariz, ínfima, se le hunde como los botones de un sillón mullido. Debe medir 40 centímetros, pero para ulcerarme de ternura... ¡se encogía! Se retorcía sobre sí misma en posición fetal. Tenía pedos, claro. No sé de dónde me salió la solución al conflicto, pero lo resolví con tanta hidalguía que creo que se debió al magister en juego a la mamá que llevo adentro. Puse a la nena boca abajo y le di palmaditas con pequeños movimientos hacia arriba y abajo. No sólo se calmó, sino que se durmió. Después llegó la mamá, halagué lo que había engendrado y se la devolví.

Muchas veces me pregunté por qué me gustan tanto los bebés. Amigas, padres, abuelos enfermos, todos me preguntan lo mismo desde que menstrué por primera vez: cuándo voy a tener uno. A medida que me alejo cada vez más de los 24 yo también me pregunto cuánto más seguiré con esta abstinencia maternal. A esta altura ya es contra natura.

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