
-Buen día, vengo a pedir el medidor de gas -le dije esta mañana a la empleada de Camuzzi Gas Pampeana, a quien a partir de este momento llamaré La Forra de Mierda Hija de Puta.
-Hola. A ver los papeles... No. Te falta pagar el sellado.
-¿Qué sellado?
Un sellado por la protección de los kiwis en Australia, que se cobraba en el supermercado de la vuelta y sin el cual no podía gestionar el medidor: el último eslabón para obtener el gas en mi casa nueva y, por añadidura, mudarme la semana que viene.
-Bueno, acá estoy -dije 15 minutos después, con el tickecito de los kiwis en la mano.
-Ajá. Pero vos todavía no podés pedir el medidor.
-... -Preferí el silencio. Preferí escucharla. Preferí orar.
-Lo que vos tenés que solicitar es el perforador, el zanjeo y la tapada. Son 115 pesos. Todo va a demorar entre diez y 15 días. Recién después podés venir a pedir el medidor.
-Pero cómo. A mí me dijeron otra cosa. A mí me dijeron que yo venía a pedir el medidor de gas hoy y mañana podía calentar la pava para el mate.
-Te dijeron mal.
No puedo confirmarlo, pero creo que entonces empecé a retener líquido.
-Listo. -Había pagado y vuelto a sentarme frente a La Forra de Mierda Hija de Puta. Sentía que jugaba al juego de la silla. Dele pararme y sentarme. Y el tickecito.
-Bueno, a partir de ahora van a ir a tu casa una, dos, tres veces más a hacer los trabajos. Después venís y pedís el medidor y lo colocamos.
-...
-Y no te olvides que necesitamos el boleto de compraventa con firma certificada por escribano. Sino, no hay medidor.
(...)
Los tres puntos suspensivos de más arriba representan mis elucubraciones para dar a este relato un final jocoso. Un cierre ocurrente, chispeante. Pues no puedo. Sólo me salen conclusiones de índole nacional socialistas. Y eso está mal visto, incluso por mí misma. Así que esto es todo. Buenas tardes.