
Lo ví por primera vez en diciembre de 2008, apenas nos mudamos. Yo regaba y él se paseaba por el frente de la casa. Un topo, un tutu-tucu nos daba la bienvenida.
-¡Esteban! ¡Esteban! ¡Hay una ardillita en el patio!
Días más tarde apareció otro igual. Esteban lo agarró y exhibió en un enorme frasco de dulce de alcayota que nos habían traído de San Juan.
-¡No lo mates, por favor! ¡Es hermoso! -supliqué.
-Pero mirá que es un animal de mierda. Se come las raíces.
-Por favor no lo mates.
Pasaron los meses, hasta que un día nos encontramos con cuatro pozos alrededor del fresno, nuestro único árbol. A la semana, los agujeros eran 12.
-Mirá lo que hizo tu ardillita. Bicho hijo de puta -dijo Esteban.
Ensañado, mi marido empezó a averiguar.
1. En Google: "tucu-tucu + patio", "topo + muerte".
2. Un ácido de nosequé debajo de la tierra lo podía matar, pero era peligroso.
3. Un chicle Adams (no otro) en el borde de la madriguera podía producirle una indigestión fatal.
-No hay caso -sentenció Esteban-: la única alternativa es pegarle un tiro en la cabeza con el aire comprimido.
-¿Y cómo vas a hacer? Lo veo difícil.
-Me asomo en la ventana de la pieza, espero que saque la cabeza, apunto y lo reviento.
-Me parece muy bien. Mañana te consigo un aire comprimido.
-Pero cómo, ¿y la "ardillita"?
A los pocos días, el miércoles, Esteban le pegó un tiro al topo.
Modestamente, soy una defensora de lo que en periodismo se conoce como "show don't tell", o sea, de mostrar los hechos sin explicar, sin decir qué es lo que se quiere decir, valga la redundancia.
Pero esta vez no lo voy a hacer. Voy a "decir". Es muy original: todo cambia; todo se mueve, vibra.
Así como se pasa de "ardillita" a "topo de mierda", este post, de hecho, está a punto de cambiar.
Porque a comienzos de semana me pegué una tremenda desilusión laboral. Luego mi abuelo cayó en terapia intensiva. Como mi mamá estaba de vacaciones, le mentí por teléfono. En el medio ví por primera vez a mi bebé de ocho centímetros a través de la ecografía: movía el culito y se metía el dedo en la boca. Al día siguiente, el miércoles, resultó que mi abuelo, uno de esos presentes, de los que operan en el disco rígido de la infancia, falleció.
La pregunta entonces es qué tuvo ver el finado tucu-tucu con la muerte de mi abuelo.
Simple: la historia de la "ardillita" y el francotirador alivió al menos por un momento una semana cargada de emociones fuertes.
Igual, igualito a lo que pasó en este post.