El despertador suena a las 8.20 y es un auto engaño. Sigo. Los lunes y miércoles, hasta las 9. El resto de los días, un poco antes.
Hago un canelón con las colchas y me siento como colicué, desabrigada. No es un buen momento.
Camino hacia el comedor y me tambaleo. Prendo la tele, en un canal local y estático que sólo pasa música de radio (la 92.7, creo) y la temperatura exacta. Enseguida cambio y pongo el noticiero Arriba Argentinos. Subo el volumen para que se escuche desde todo el departamento.
Vuelvo a la pieza y me visto. De vez en cuando tengo dudas, fuertes dudas. Hoy, por ejemplo, perdí seis minutos buscando una polera blanca de algodón que había guardado cuando terminó el último invierno y que desapareció misteriosamente.
Me visto y ato el pelo con un rodete ajustado para que no me moleste en las actividades sucesivas. Me lavo la cara con agua fría y voy al escritorio a buscar un cestito de mimbre donde guardo unos rústicos y desvencijados maquillajes.
Me pongo una crema de Caviahue, el centro de esquí neuquino. Es barata, grasosa y viene en un pote alargado, blanco. La uso desde hace años. Horacio, un vecino de mis padres, tiene un hijo que pasa los veranos ahí como guía de pesca con mosca y cada vez que lo va a visitar me trae un par de potes. Con dos tiro un año y medio.
Me pongo sombra en los ojos de acuerdo a la ropa: si predomina el negro, de negro; si predomina el marrón, como casi siempre, de marrón. En ambos casos, con una base clarita.
Los jueves me acerco al televisor a mirar los estrenos de cine de la semana.
Siempre con el rodete y ya vestida y maquillada, paso a la cocina. Pongo leche en una taza, 1,20 minutos de microondas y dos cucharadas de café y un chorrito de edulcorante. Revuelvo. Agarro 2/3 galletitas, las que haya. Hoy me di un lujo: dos Frutigran de avena con pasas de uva.
Desayuno en el sillón. Trato de no mancharme, pero a veces no me sale.
Preparo el bolso. Si tengo vianda para el almuerzo, la pongo en una bolsa chiquita, paqueta.
Voy al baño, me lavo los dientes y peino como pienso quedar el resto del día. Me abrigo, cuelgo el bolso y pongo los auriculares del MP3. Agarro las llaves y salgo.
Estoy segura de que si el resto de mis días me la pasara haciendo bungee jumping, pariendo, jugando a la rayuela o disfrazándome de chancho, cumpliría metódicamente este o algún otro operativo de preparación matutina.
¿Hay alguien que no lo haga?
2 comentarios:
Mmm...sí va a cambiar en algún momento tu preparación matutina. Me explico: antes de Benja, mi preparación era similar a la tuya:
- Despertador, salida de la cama
- Pongo noticiero (yo el del 9 porque tengo sangre de facho)
- Lavado de cara y maquillaje y peinado y lentes de contacto
- Elijo ropa un rato largo y me visto y todo me combina
- Tomo un cafe caliente con dos tostadas
- MP3, y a la calle
Mi rutina ahora es un poco distinta...
- Llanto de Benja, salgo de la cama, teta
- Cambiado de pañales, lo dejo en la cama un minuto y me lavo la cara
- Le pongo el chupete, agarro el primer pantalon que encuentro (que obvio que me queda mal), y me tiro cualquier otra cosa encima. No combina pero no me doy cuenta.
- Visto a Benja, le preparo las mamaderas para el jardín, me tomo al pasar un yogur vencido que hay en la heladera
- Lo meto a Benja en el baño conmigo para que no llore mientras me lavo los dientes. No me peino, me hago una colita.
- Agarro mochila del jardín, sacaleche, cartera, niño, chupete y a la calle.
Qué bravo lo que contás! Igual parece muy pintorezco, te tengo que confesar. Hoy decían que las mujeres estamos preparadas para todo ese sainete, que lo llevamos en el disco rígido...
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