
Tenía tanto laburo... Se me ocurrió pedirle ayuda a un tipo que trabaja cerca mío. Le mandé un mail: “Necesito colaboración en este asunto. ¿Por favor me darías una mano?”. Diez minutos después, el tipo entró a mi oficina, cerró la puerta y dijo:
-¿Vos tenés en claro cómo son las cosas acá?
Siempre que se me abre un frente de batalla cambio de color y temperatura. Lo usual: cara colorada, uñas azules, manos heladas.
-¿Vos sabés para quién trabajo yo? –siguió.
-Si te referís al mail que te mandé recién, era sólo un pedido de colaboración. No era para que lo tomaras así.
-Ah. No pareció. Más bien pareció que me decías lo que tenía que hacer. Acá hay distintos sectores y cada uno hace lo suyo. A lo mejor va a haber que explicártelo. Para que aprendas, digo.
Detesto el maltrato. Por lo general no estallo, pero internamente activo un fuerte operativo de pensamientos oscuros. Muy-oscuros.
Pienso en la madre del tipo y en el pulóver con parches en los codos que nunca se cambia. En su olor a toalla mojada. Pienso en los asados a los que nunca, jamás, nadie lo va a invitar. En la manera en que los años, los noticieros y la posible inactividad sexual lo volvió el tipo que es hoy. En cómo sucumbió a un puesto así después de tantos años. Me pregunto por qué su cara expresa una eterna constipación. Qué lo volvió tan irritable. Tan inseguro. De qué manera se relacionará con su papá. Cómo pasará un domingo. Me pregunto si tendrá quién le cocine un tallarín.
Pienso en todo eso y el tipo me da lástima.