Ya escribí acá que me impresionan los viejos. Bueno, hoy me pegaron la zurra emocional del mes.
Fui a hacer una nota de color sobre una colonia de vacaciones para jubilados. Como se suele hacer, busqué la historia. Y encontré a la pareja perfecta: de ochenta y pico ambos, cara de haber hecho las cosas más o menos bien y ganas de hablar. Diez puntos, los arrimé al borde de la pileta (yo de negro, a pleno sol, un suplicio) logré la foto y el testimonio de que todo muy lindo, sí, sí, que el agua es bárbara para las rodillas y que qué suerte que tenemos esta posibilidad.
Pero la trompada a mi sensibilidad me la había do él, Nazareno, cuando llegó para pararse al lado de su mujer, Alcira. Por el amor de Cristo recién nacido en Belén. Venía a las brazadas por la parte baja de la pileta, caminando en el agua como podía entre la gente, nadando sus 81 años al encuentro de la señora con problemas en las rodillas a quien tanto creía necesario cuidar. No sé, me perturbó, en el buen sentido. Esas pecas en el pecho, pensionadas, asentadas, dispuestas, amorosas.
"Lo único que le pido a Dios es salud para cuidar a mi señora, cumplir sus ordenes y hacer los mandados", me dijo después de un rato, todavía agitado y con unos pocos pelos blancos revoloteados: del apuro por no dejar sola a Alcira, se le había perdido la gorrita de baño. Me dieron ganas de abrazarlo y decirle que lo quiero con toda mi alma.
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