martes, 11 de marzo de 2008

Expiación

Recién volvía de una de mis largas caminatas con Radiohead a fondo en el MP3 cuando me crucé con un chico que había conocido años antes y que nunca más había vuelto a ver. No me sorprendió que una sustancia muy distinta a la sopa de Vitina lo hubiera cambiado tanto. Pantalón chupín, alto, flaquísimo, remera escote en V y alguna brisa Liam Gallagher. Parecía muy contento de verme:

--¡Ehhh! ¿¡Cómo andás!? --me dijo.
--¡¡Hola!! ¿¿Cómo andás tanto tiempo?? ¡Qué hacés acá, pensé que te habías quedado en Buenos Aires!
--Nada, me volví. Viví unos años con una ex, me separé y ahora estoy acá, con mis viejos.
--Qué casualidad, es raro encontrarte por estos lados. ¿Y decís que te mudaste con tus viejos acá? ¡¡Pero qué loco!!
--Sí, sí. ¿Y vos? Trabajás en el diario, ¿no? No te vi nunca más. Años.
--Sí, hace mucho.

Seguimos merodeando los mismos temas un rato más. Hasta que metí la pata. Y el brazo y la oreja.

--¿La viste a Naty? --le pregunté.

Entonces torció toda la cara como si le hubiese venido una tos y un estornudo a la vez. Tarde, entedí.

--Ay, boludo, perdoname --la puta, pensaba--, te confundí. Hace años conocí a un chico que es igual, entendeme, igual a vos. Se llamaba David, vivía en Buenos Aires y era amigo de una compañera de la facultad, Natalia. ¡¡Vos sos Enrique!! ¡¡Enriquito!!
--¡Sí! Simmm, me confundiste.
--Perdoname, por favor. ¡Es que estás muy flaco! ¡Y muy distinto! --los signos de puntuación son literales: exageraba todo como buscando redimirme de alguna forma.
--Sí, boluda, ya está. ¿Y vos que andás haciendo?
--Bueno, ahora vengo de la carnicería. Mirá, compré milanesas de pollo. Son de pechuga.

Hacerme la graciosa con una respuesta bien costumbrista, creía, era otra forma de expiación, de borrar la culpa. Enriquito dijo que estaba muy contento de haberme visto y que había sido un placer charlar conmigo. Pero qué amable.

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