
Fue como ir a visitar a un tío. A uno viejo y parco; a uno querible.
-¿Vamos al diario? -me dijo mi jefa.
A pesar de que sigo vinculada a los medios, no pisaba la redacción desde que renuncié en diciembre.
-¡¡¡Tbfksjerhtksuh!!! -pensaba mi cerebro infantil, pueril- Ay la puta. Menos mal que estoy vestida como siempre, si no van a pensar que me hago la canchera. ¡Ojalá que estén Marito y Javier! ¡Qué vergüenza! ¡Me quiero ir a tomar la leche a mi casa! ¡Quiero dormir!
Mis manos refunfuñaban: yo subía el ascensor y ellas temblaban. Ambas. Parejitas. Somatizaban casi seis años de periodismo abandonado.
-Buenas tardes -le dije a mi ex jefe, conciente de la sorpresa que causaba.
-¡Hoooolaaa! ¿Qué hacés por acá? ¡Señora! ¡Ahora sos señora!
-Vine a acompañar al gerente de la empresa para que le hagan una entrevista. ¿Cómo anda todo por acá?
-Y acá andamos. ¿No querés volver? Mirá que somos pocos. La otra es que cambiemos: vos vení acá y yo me voy allá donde estás vos.
Mientras saludaba a redactores, diagramadores, editores y jefes de sección, gente que quiero mucho y gente que casi no recuerdo, caminaba por los escritorios de la redacción como quien pispea los portaretratos de la casa de un tío. La de uno viejo y parco; uno querible.