
Fue ayer a las ocho de la mañana. Esteban había nadado una hora en la pileta del Ejército y se preparaba para ir a trabajar cuando un tipo sentado sobre una tabla inició una charla de lo más insulsa.
-La pucha. Me olvidé el shampoo y el jabón.
-¿Querés? Yo tengo, te presto.
-No, no hace falta. Total ahora voy a casa y me baño allá.
-Qué suerte. Yo me voy a trabajar.
-¿Dónde trabajás?
-En Coca Cola.
La amabilidad del tipo dio media vuelta y partió rubo a Fam El Hisn, Marruecos.
-¿Sabés cuál es el problema de ustedes? Que no cuidan al cliente.
-...
-Que son un desastre. Soy almacenero. Tengo un almacén en Kilómetro 5, en Almafuerte al fondo. El margen de ganancia que ustedes sugieren es una locura. Más ahora con el aumento de la luz. ¡Así no se puede!
-...
-Tienen que poner el 40 por ciento. Yo le pongo ese margen y así me pude comprar tres casas y dos autos. ¿Vos me querés decir cómo los mantengo?
-...
A Esteban se le hacía tarde y, hombre de una o dos pulgas, empezó a acordarse de cuando jugaba al rugby, de las peleas entre clubes.
-Te lo digo clarito, flaco: si yo no saco 10 mil pesos limpios tengo que cerrar el almacén.
-¡10 mil pesos! ¿Sabés cuánto me falta a mí para llegar a 10 mil pesos?
-Ah noooo... ¡Pero por favor! ¡Vos no te podés comparar con un almacenero!
-¿Por qué?
-Vos no podés pretender ganar lo mismo que un almacenero porque no ponés nada. Nada más tu mano de obra. El almacenero invierte.
-Yo estuve seis años en una universidad: rindiendo finales, gastando en libros, estudiando de noche. Y sin ganar plata. Si eso no es inversión, decime qué es.
-Vos no te podés comparar con un almacenero. Punto.
Nueve horas más tarde, Esteban se sentó conmigo en el sillón y me contó todo esto.