
¡Qué hice! ¡Soy horrible! ¿Por qué no me encierro en bata con un café con leche, digo yo? ¡¿Qué necesidad?!
Hace unos años me prometí a mí misma que jamás (¡jamás!) iba a usar esto ni esto y, mucho menos, los términos nosocomio, por hospital; finca, por casa y nunca, pero nunca nunca, habida cuenta en lugar de porque.
Pero la vida me sacudió. Y si antes hacía preguntas, ahora doy respuestas. No viene al caso explicar el motivo, pero la semana pasada, después de la nieve del miércoles, respondí por radio e incluso, sí señores, por televisión.
Hablaba al aire al mediodía por la radio más importante cuando dije:
-Nuestra gente ha hecho un denodado esfuerzo.
Seguí la ruta del discurso como si no hubiese pasado nada, pero mi cerebro agarró por un camino vecinal:
-¿Qué dijiste, tremendísima pelotuda? ¿¿¿De-no-da-qué??? ¡¿Vos sos imbécil?! ¿¿Mirá si te escuchó alguien que conoce tus boludeces respecto al lenguaje?? ¿¿Cómo le explicás, eh?? ¡¡Por qué no te lees un libro, burra!!
Denodado no es una palabra aprobada por mi modestísimo listado de términos permitidos. Detesto profundamente el lenguaje rebuscado al pedo. Transmitir algo bien implica hacerlo de forma sencilla. Claro que el lenguaje es vastísimo y hay palabras mucho más descriptivas que otras. Pero a mí no me jodan: un caballo es un caballo, no un equino; un hombre es eso, un hombre; nunca puede ser un masculino.
Denodado se habrá usado bien en un periódico de ciudad chica de los años 60. Ahora es distinto. Mi amiga Agus va a la fiesta de dorado. En Bahía Blanca hay calles céntricas que están cerca de Donado. Hace frío y en el Hogar del Anciano hay abrigos donados. Pero no hay nada denodado. Y menos un esfuerzo.
¡Será posible!